Cuando uno va a visitarla a Vidalia Sánchez en su casa, debe tener mucho cuidado al ingresar a su sala, para no chocar con torres de libros apilonados en todo el espacio, paquetes recién llegados de las imprentas, volúmenes que se deben enviar por correo a algún lugar del país o del exterior. Si acaso el escritor y maestro argentino Jorge Luis Borges pudiera volver a la vida y llegar hasta el lugar, se sentiría feliz en ese laberinto de libros o interminable biblioteca que alguna vez él imaginó como su personal paraíso.
Vidalia está allí, detrás del escritorio, protegida por su tapabocas y su señorial pañuelo en la cabeza, todavía cuidándose de los virus tras un heroico tratamiento médico para vencer al cáncer de mamas, emergiendo poco a poco de su prolongado encierro durante la pandemia del coronavirus, con los ojos brillantes cuando empieza a hablar de proyectos de nuevas ediciones de libros, de ferias y programas de lectura.
Única mujer entre siete hermanos, Vidalia Petrona Sánchez Gómez viene de una familia que sufrió el exilio, debido a que su padre, Ramón, militante del Partido Liberal, se oponía a la dictadura del general Alfredo Stroessner. En el 64 tuvieron que huir del país. Su madre le inculcó la pasión por los libros. En la vecina ciudad de Clorinda, donde vivía, le impresionó como en los hogares argentinos había siempre una pequeña biblioteca y le llamó la atención que eso no ocurriera en el Paraguay.
Desde muy chiquita, a los siete años de edad, salió a las calles a vender bordados y ropa infantil que confeccionaba su mamá, para ayudar a la mantención del hogar. De regreso al país, tras la muerte de su padre, ya siendo adolescente, empezó a buscar empleo. Le ofrecieron vender libros y aceptó el desafío.
Fue vendedora de la legendaria Librería Comuneros, de Ricardo Rolón. “Me fue bastante bien, hasta pude comprarme un Citroën Ami 8, que siempre iba cargado de libros. Andaba de aquí para allá con un bolso de cuero lleno de obras… hasta ahora siento las consecuencias de haber llevado tanto peso en el hombro”, recuerda, en un reportaje.
Entre los títulos que le dieron para vender se incluyó la novela “La revolución en bicicleta”, del autor correntino Mempo Giardinelli, ambientada en la Guerra Civil paraguaya de 1947 y en los intentos de guerrilla contra la dictadura del general Alfredo Stroessner. Ella no conocía su contenido y le extraño que un día, al volver a su casa, la policía lo estaba esperando, con la acusación de que estaba distribuyendo “material subversivo”.
Fue un gran susto, del que pudo zafar prometiendo tener más cuidado con los libros que vendía. Décadas después, se hizo amiga de Giardinelli y se dio el lujo de presentar en la Feria Internacional del Libro de Asunción la primera edición paraguaya de La Revolución en bicicleta, con el sello de su editorial, Servilibro.
Una vida entre libros
Vidalia fue asistente en los años 80 del escritor y editor Juan Bautista Rivarola Matto, en la quijotesca editorial NAPA (Narrativa Paraguaya), que publicaba un libro paraguayo cada mes, con quien aprendió el oficio de la edición de libros paraguayos.
También asumió las colecciones editadas por Rafael Peroni, bajo el sello RP Ediciones, y gerenció el proyecto cultural Expo Libro, que en 2001 instaló barracas de librerías en la tradicional Plaza Uruguaya, en Asunción. Una de ellas se convirtió en el Pabellón Serafina Dávalos, donde hasta ahora funciona la principal sede de su empresa.
La editorial Servilibro nació como tal en 1995. El primer título que editó fue El mesías que no fue y otros cuentos, de Osvaldo González Real. Los primeros 500 ejemplares pronto se agotaron y vendrían muchos otros más.
Fue muy amiga de grandes autores como Augusto Roa Bastos, Helio Vera, Rubén Bareiro Saguier, Ramiro Domínguez, cuyas obras son el puntal de su catálogo. “Con Roa Bastos trabajé un buen tiempo. Creamos en 2003 una biblioteca infanto-juvenil llamada Festilibro, en la que él seleccionó cuentos, novelas y obras de teatro de distintos autores nacionales para niños y jóvenes, con una guía didáctica. Publicamos eso en siete volúmenes y tuvo mucho éxito. Él era muy cálido, amable, seductor. Solía decirme que le gustaba que Servilibro hiciera ediciones económicas que se pudieran comprar. Para él era importante eso, que la gente pudiera acceder a los libros”, recuerda. Actualmente, la hija mayor del recordado autor de Yo El Supremo, Mirtha Roa, es una de las principales diseñadoras gráficas de las obras que publica la editorial y ella misma autora consagrada.
Tuvo el gusto de trasladar desde el aeropuerto Silvio Pettirossi al gran escritor argentino Ernesto Sábato en su viejo auto Ford Escort, sin aire acondicionado, cuando vino a la Feria del Libro de Asunción en 1998 y de llevarlo a pasear por varios sitios del interior del Paraguay. También de abrazar al gran dibujante y humorista mendocino Joaquín Lavado “Quino”, cuando presentaron la colección de los álbumes de Mafalda, traducidos al guaraní por la docente María Gloria Pereira, en la Feria Internacional del Libro, en Buenos Aires, y de enseñarle a saludar en el idioma nativo paraguayo.
Una luchadora de la cultura
Vidalia insiste en publicar especialmente libros paraguayos y siempre insiste en que las ediciones sean las más baratas posibles por encima del costo de producción, para que los lectores tengan posibilidad de adquirirlos. Hasta la fecha, la editorial ha publicado ya alrededor de mil quinientos libros.
Ella colabora con frecuencia con bibliotecas escolares y populares, donando colecciones y otorga facilidades a quienes se atreven a vender libros en el interior del país.
“Me duele cuando voy a alguna feria internacional en otros países y me preguntan: ‘¿Es cierto que a los paraguayos no les gusta leer’? Les digo siempre que eso es un mito, una falsedad, y que el bajo nivel de lectura obedece a muchas razones de atraso en el país, a la pobreza, como también a la deficiente educación. Yo lucho por cambiar eso y mi sueño es que, alguna vez, todos los hogares paraguayos tengan una pequeña biblioteca y los padres inculquen a sus hijos el amor a la lectura”, destaca.
Mujer luchadora, se le detectó cáncer de mama y ella se mostró decidida a dar la cara y luchar, sometiéndose a un sufrido y heroico tratamiento, buscando en todo momento transmitir esperanza. Su recuperación fue saludada por toda la comunidad cultural.
La empresa Servilibro también fue duramente golpeada por la pandemia del Covid-19, con el obligado cierre de la librería por largo tiempo, pero Vidalia no se rindió. Traslado su oficina del centro a su propia casa, convirtiendo su sala en un laberinto de libros amontonados, no dejó de editar libros, apostó fuertemente al sistema de distribución de obras por delivery o entregas domiciliarias, lanzamientos virtuales a través de internet y una activa participación con los autores y lectores a través de las redes sociales.
“El libro paraguayo está vivo. Tuvimos una drástica caída en las ventas por la pandemia, pero no dejamos de pelear. La gente tiene ganas de leer y nosotros respondemos con nuevos proyectos, nos reinventamos en cada desafío. No hay que perder el sueño de que el Paraguay tenga una literatura fuerte, que sea un país de lectores”, afirma.