Así se reinventaron los Mbya de Pindó, tras ser expulsados de la isla Yacyretá

Les arrebataron su isla paraíso, pero no su espíritu de lucha y de reafirmación de su identidad como indígenas Mbya Guaraní. Esta es la historia de los miembros de la comunidad Pindó, en San Cosme y Damián, Itapúa, narrada por uno de sus principales protagonistas, el poeta indígena, escritor, docente y periodista Brígido Bogado, fundador de la primera escuela aborigen en la región.

La isla Jasy retã era extensa, en la región de Itapúa, donde hoy se levanta la gran represa hidroeléctrica homónima, bordeada por el majestuoso, apacible y a veces terrible río Paraná. Allí, los indígenas Mbya Guaraní vivíamos tranquilos y sin muchas preocupaciones.

El río Paraná ofrecía abundantes y variados peces. La espesa selva, que existía entonces, brindaba sus frutos, su rica fauna, los remedios necesarios para equilibrar el alma y el cuerpo, porque según decían los opygu’a (líderes religiosos), las enfermedades vienen para avisarnos de la falta de armonía, del desequilibrio entre el alma y el cuerpo.

La isla Jasy retã (o Yacyretá, como se escribe oficialmente, manteniendo la grafía antigua del guaraní, que significa ‘Tierra de la Luna’) era como el Yvy Mara’e’y, la mítica Tierra sin Mal, para los habitantes Mbya, los que andaban desnudos y también semi-desnudos, pues en la mente y en el alma del Mbya no había maldad, no había malicia ni idea pecaminosa por andar sin ropas. Para nosotros, mostrar el cuerpo es algo natural. El cuerpo es para un fin específico, reproducirse y permitir que sigan las generaciones.

El pueblo Mbya, como los otros pueblos originarios del Paraguay, abarcaba grandes extensiones de tierra. No había límites, no había otros vecinos, solo esporádicos visitantes, quienes venían a cazar algunos animales, a pescar, o solo venían de paseo y luego se marchaban.

En la isla Jasy retã todo era tranquilidad, el Mbya vivía a su ritmo con sus ritos y costumbres. Todos los habitantes del teko’a (la comunidad) tenían sus ritos tradicionales, encabezado por los líderes religiosos, que presagiaban si sucedería alguna catástrofe, si sucedería alguna muerte o determinaban en qué debería mejorar la vida de los habitantes, para que no sucedieran algunos hechos malos.

Estamos hablando de cerca de medio siglo atrás, según el tiempo de los hombres blancos. Entre los rumores que circulaban entonces, se escuchaban siempre que había un juru’a (hombre blanco), a quien le decían el tendota, quien se creía el dueño absoluto de la isla, pero que a los Mbya no les importaba, pues no les molestaba.

Sí se escuchaban los mbokapu (ruidos de armas) a veces, música a todo volumen, quizás festejando algún cumpleaños.

Solo eso es lo que se percibía por entonces, señores.

Sandra Cabral, artesana de Pindó, confecciona hermosos colgantes de caracoles. / DESIRÉE ESQUIVEL ALMADA.

El anuncio de una gran inundación

En la gran teko’a se hacían los ritos, en el opy (recinto sagrado) encabezados por los yvyra’ija (líderes religiosos) y toda la comunidad asistía. Este rito se realizaba con el inicio de la primavera, tiempo en que la madre naturaleza se reinicia en todos los aspectos.

Los líderes religiosos pedían la iluminación y presagiaban lo que podría acontecer. Y justamente en uno de estos ritos anunciaron que las aguas del hermano río Paraná subirían mucho de nivel e inundarían todo; pero no como sucedía casi siempre, que las aguas subían y luego bajaban. El anuncio decía que esta vuelta el agua ya no retrocedería, la crecida sería permanente y los Mbya tendríamos que buscar otros lugares para vivir.

El anuncio hecho durante aquellos ritos, según los líderes religiosos, hablaban de que habría un gran estruendo en las cercanías, como que sobre las piedras caerían enormes rayos del cielo, las piedras saltarían por los aires y el lugar se modificaría en forma total y permanente.

Y fue exactamente así. Después de un tiempo de aquellos anuncios, vinieron las inundaciones, el agua del río Paraná se desbordó sobre nuestras tierras y ya no retrocedió. Se produjeron las grandes explosiones y los Mbya huimos de las aguas como pudimos, con nuestros animales, con nuestras canoas y otros ayudados por algunos juru’a, que se solidarizaron con ellos.

Empezaron los trabajos de la gran represa. En 1973 se había firmado en Asunción el Tratado de Yacyretá, para construir la gran obra hidroeléctrica. Según las leyes, se debió hacer un trabajo previo con los habitantes originarios de la isla, para realizar la relocalización de los mismos, pero tal cosa nunca sucedió con los Mbya. Si ocurrió con muchos no indígenas, los juru’a, quienes sabiendo lo que iba a ocurrir, construyeron precarias casas, hicieron plantaciones y criaron algunos que otros animales domésticos, para ser indemnizados después, como si ellos fueran los antiguos habitantes de la isla.

Con los Mbya no pasó nada de eso. Los miembros de mi pueblo tuvieron que abandonar la isla en forma forzada. Fuimos expulsados. Algunas familias se pasaron hacia tierras argentinas, dónde también había algunos pobladores Mbya. Otros se instalaron en los alrededores de la ciudad de Ayolas. Otras familias se fueron hacia San Ignacio, Santa María, San Juan de Misiones. Otros emigraron hacia la zona de alto Paraná y de Itapúa, donde aún había montes y territorios vírgenes, todos de influencia Mbya. Sus recorridos eran extensos y abarcaban grandes zonas.

La miel de abeja, recogida directamente del monte, les permite obtener ingresos. / DESIRÉE ESQUIVEL ALMADA.

Las ayudas solidarias

En la década del 80, luego que haya comenzado la construcción de la represa, algunas personas se interesaron por la difícil situación de abandono en que vivían las familias Mbya en las cercanías de la ciudad de Ayolas, Misiones, y otros lugares cercanos en los alrededores de la represa.

Muchos de los que habían sido expulsados de la isla Jacyreta sobrevivían librados a su suerte, en situaciones muy precarias, sin tener un sitio propio. Esta realidad llegó a conocimiento de los miembros del Equipo Nacional de Misiones, de la Conferencia Episcopal Paraguaya (CEP), un organismo que venía trabajando en asistir los pueblos indígenas.

De este modo, con autorización del entonces obispo de Encarnación, monseñor Juan Bockwinkel, los Mbya afectados por la construcción de la represa empezamos a trabajar con el coordinador del equipo, el sacerdote Wayne Robins, la abogada Mirna Vázquez, ya fallecida, quien eran especialista en derecho índigena y otras personas.

De la región de Itapúa nos integramos al equipo la licenciada Crescencia Carísimo y el autor de esta nota, Brigido Bogado.

Lo primero que hicimos fue un censo para registrar a todas las familias y personas Mbya que se encontraban en la región, expulsadas de sus tierras y abandonadas por las autoridades.

Se hicieron muchas reuniones con los líderes. Muchos de ellos no querían saber nada de hacer gestiones con papeles, porque decían, desde su visión de indígenas: «Ñande Ru kuery (nuestros dioses) nos pusieron en estas tierras para vivir y desarrollarnos libremente». Para ellos no hacía falta nada más.  

Después de muchas conversaciones, un grupo aceptó realizar las gestiones que los miembros del Equipo de Misiones aconsejaban hacer con las autoridades de la Entidad Binacional Yacyretá, encargada de la construcción de la represa. Fue un largo proceso para que reconozcan que había familias Mbya que habitaban la isla antes de que se construya la hidroeléctrica, a quienes nunca tuvieron en cuenta, a quienes habían expulsado de manera arbitraria. 

Finalmente, reconocieron oficialmente a 28 familias como antiguos habitantes. La EBY aceptó comprar unas 425 hectáreas de tierra de dos dueños que aceptaron vender, para ubicar a nuestras familias, en los alrededores de la ciudad de San Cosme y Damián.

En octubre de 1989, pocos meses después de que fuese derrocado el gobierno del general Stroessner, ingresamos a nuestras nuevas tierras. Decidimos ponerle a nuestra naciente comunidad el nombre Pindo, que corresponde a una palmera tradicional de la región (nombre científico: Syagrus romanzoffiana), que para los Mbya es una planta muy especial, porque utilizamos todas sus partes, el tronco, las hojas, el fruto, tanto como alimento como para nuestras construcciones, como para fabricar implementos, utensilios, obras de artesanías, etc.

El presidente que derrocó al dictador Stroessner, el general Andrés Rodríguez, vino a visitar nuestra comunidad y a entregarnos el título de propiedad de las 425 hectáreas, con lo cual pudimos asegurar que ya no puedan quitarnos esas tierras. Rodríguez también inauguró la escuelita indígena que construimos y de la cual fui el principal propulsor y el primer maestro indígena, tanto que durante los inicios funcionó en mi casa, donde les daba clases a los niños, hasta que pudimos levantar un aula. Nuestra escuela, que ha crecido mucho en todo este tiempo, es la primera escuela indígena que empezó a funcionar en todo el Departamento de Itapúa.

Brígido Bogado, bajo un retrato que le rinde homenaje, en la escuela que él fundó./ DESIRÉE ESQUIVEL ALMADA

Una comunidad modelo

Después de haber estado mucho tiempo sin tierra propia, en el abandono, viviendo de cualquier manera en cualquier sitio, por fin teníamos un nuevo lugar en donde levantar nuestra comunidad como pueblo indígena. Nos habían expulsado de nuestra isla paraíso, pero teníamos otra vez un sitio que era legalmente nuestro, no tan grande como requiere nuestra cultura, pero importante para salir adelante.

La Comunidad Pindo está ubicada a 368 kilómetros al sur de la capital Asunción, a 78 de Encarnación, la capital del departamento Itapúa y a 18 kilómetros de la ciudad de San Cosme y San Damián. La ruta asfaltada que lleva a San Cosme pasa por nuestra comunidad.

Actualmente hay 46 familias que habitan en Pindó. Tenemos servicio de energía eléctrica, pagamos por el consumo, aunque creemos debería ser gratis para los Mbya, como reparación por habernos expulsado de nuestro hogar, para la construcción de la represa.

Pindó se ha ido organizando, buscando ser una comunidad indígena modelo en cuanto al rescate de nuestras tradiciones ancestrales, aunque todavía nos falta lograr muchas conquistas. Nuestras familias se dedican a la agricultura y a esporádicas changas, que a los indígenas nunca se le paga lo que está estipulado según la ley. Buscamos ofrecer alternativas al turismo, principalmente con las obras de artesanía que nos enseñaron los abuelos. Hoy tenemos a habilidosos artesanos de nuestra comunidad que realizan bellas obras de tallado en madera de kurupika’y, cedro peterevy y hojas de pindó, además de las líneas de cestería Mbya con takuarembo, ñandypa y tiras de guembe. Las muestras talladas con piezas de madera recrean figuras de diversos animales y otros objetos, que se exponen en puestos de venta sobre la ruta, como en ferias periódicas en lugares turísticos.

Un factor muy apreciado es que muchachos y chicas de Pindó han conformado un Coro y un Grupo de Danza, conocido como Teko Maräe’y, que ya ha realizado exitosas presentaciones en ferias internacionales de libros, en festivales, en actos académicos y turísticos.

En nuestra escuela se enseña desde el pre-escolar hasta el noveno grado, con docentes indígenas y no indígenas. Tenemos a muchos jóvenes, chicas y muchachos, que están estudiando en la universidad y ejerciendo oficios. En mi caso particular, además de ser poeta y escritor, docente, miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP), de publicar libros, he podido concluir mis estudios de periodismo en la Universidad Católica de Encarnación, viajando hasta allá los 78 kilómetros y luego regresar a nuestra comunidad, ya cerca de la medianoche. De esta sacrificada manera, en el 2021 me pude recibir con honores, convirtiéndome en el primer indígena Mbya Guaraní que es Licenciado en Ciencias de la Comunicación, con énfasis en Periodismo. Hoy me complace integrar como colaborador y asesor en temas indígenas el equipo periodístico de El Otro País.

Podemos sostener que la calidad de vida que tenían los habitantes originarios de la isla Jasy retã, antes de la construcción de la represa, ha quedado lamentablemente atrás, pues la extensión de tierra en la cual está asentada hoy nuestra Comunidad ya no tiene las riquezas naturales que antes abundaban,  como los variados peces, los frutos abundantes de los montes, la fauna variada y el cielo inmenso respirando aire de libertad, pero aun así nos organizamos para sostener una comunidad que busca resistir a los cambios culturales y salir adelante, manteniendo viva nuestra identidad Mbya, adaptándonos a los nuevos tiempos, pero sin olvidar lo que nos han legado nuestros ancestros.  Es el espíritu de las soluciones con que buscamos responder a la situación de los pueblos indígenas, que sigue siendo crítica en varias regiones del país.   

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