El primero de mayo es el Día Internacional del Trabajo, en homenaje y memoria a la lucha de los obreros de Chicago, Estados Unidos, en una huelga iniciada el 1 de mayo de 1886, reclamando una jornada laboral de ocho horas, que eclosionó días después en la llamada revuelta de Haymarket. En represalia, ocho obreros anarquistas fueron juzgados y ejecutados.
Esta fecha quedó en el calendario mundial y es mucho más que un día feriado para compartir un asado. Es también una jornada para reflexionar y seguir exigiendo el cumplimiento de derechos, buscando mejores condiciones de vida digna para todos quienes honran a la sociedad con su esfuerzo laboral.
Desde El Otro País saludamos a todos los trabajadores y trabajadoras, rescatando un fragmento de la primera conferencia a los obreros paraguayos, que el recordado periodista, escritor y dirigente sindical español, adoptado paraguayo, Rafael Barrett pronunció en Asunción, en 1908, en medio de un clima de represión y persecución a quienes luchaban por sus derechos.
¡Muchas felicidades!
Este es el texto:
“La tierra es para todos los hombres, y cada uno debe ser rico en la medida de su trabajo. Las riquezas naturales, el agua, el sol, la tierra pertenecen a todos. Apodérese de la tierra el que la fecunde… Goce de la tierra el hombre en proporción de su esfuerzo. Recoja la cosecha el que la sembró, y la regó con el sudor de su frente y la veló con sus cuidados.
Todo nuestro poder, ¿qué es sino cosecha? Todo surge de la tierra y nosotros mismos somos tierra. Parecidamente al vapor que desprendido de los mares, errante por la atmósfera, cuajado de los espacios sobre la frialdad de los altos montes baja hecho nieve y fuente y ríos hasta sepultarse otra vez en el Océano para tornar a evaporarse, una maravillosa circulación de vida se cumple entre la tierra y nosotros por mediación de las plantas; nutridos de los jugos que ellas elaboran con las sustancias de la tierra devolvemos a la tierra nuestros cuerpos para que transformados de nuevo alimenten las generaciones futuras.
Hijos de la tierra, sentimos que poseerla sin trabajarla, es decir, sin acariciarla y servirla; dejarla estéril, rodeada de un cerco, para especular con ella y enriquecerse así en la holganza, es un acto sacrílego y salvaje que desmoraliza más a los verdugos que a las víctimas.
Tened por seguro que cuanta crisis económica se declara en los pueblos, aumentando más todavía la opresión y el desaliento general, no reconoce otra causa que estas especulaciones esencialmente culpables.
Emancipemos la tierra, con sus gemas y metales escondidos y selvas y bosques y jardines, sustentadora de cuanto alienta, fuente de inmortalidad. Es necesario que los que pensamos en algo que no es presente, pero que lo será, y esperamos en las realidades que se acercan y miramos hacia la aurora próxima y la cantamos cuando aún es de noche, defendamos la tierra. Defenderla es defender la felicidad de nuestros hijos.
No toleremos que un zángano, a quien bastarán seis pies de sepultura, necesite leguas y leguas para extender cuando vivo su ociosidad, más dañosa que la de los muertos. Los que viven sin trabajar no son hermanos nuestros; antes lo son las abejas y las hormigas y el pájaro que teje su frágil nido. Los que viven sin trabajar no existen; no son hombres, son sombras. No toleremos que nos aprisionen las sombras.
No toleremos que la tierra, en cuya faz venerable hemos esculpido nuestra estupenda historia, sea de quien no la merece. Luchemos por conseguir que cada hombre, al nacer, encuentre su parte de herencia natural, la parte de tierra a que tiene derecho. Luchemos por conseguir que la tierra sea de quien la trabaja, y que no haya otra riqueza que la del trabajo. Me diréis que esto es de sentido común. Pero no hay nada más revolucionario, más anarquista que el sentido común.
El sentido común establecerá la paz sobre la tierra cuando nadie acepte asesinar ni ser asesinado por motivos que no entiende o que no le importan, y el sentido común llevará a cabo la revolución capital, la conquista de la tierra. Cuanta sangre y cuanto pensamiento se gasten en llegar a esta tierra prometida, que no nos aguarda del otro lado del horizonte, sino bajo nuestros pies, serán pensamiento y sangre bien gastados. Y estoy convencido de que esta conquista se hará en América, donde los obreros son y serán más fuertes y más libres”.
(Rafael Barret. Del libro “El Dolor Paraguayo”, Editorial Ayacucho).