Mujeres paraguayas le dan una segunda vida a la ropa en Madrid

En el Barrio de Carabanchel, en Madrid, España, tres mujeres pusieron en marcha una tienda de ropa de segunda mano, con una mirada ecológica y política sobre el consumo masivo. Pronto se convirtió en un espacio cultural, donde se realizan actuaciones de pequeño formato y talleres que tienen que ver con la reutilización textil.

Pocos metros cuadrados dan para mucho. En la entrada hay un cartel que reza: «KAMBALACHE, Segunda mano de primera». Adentro se puede ver ropa organizadamente colgada, obras de arte y objetos decorativos que hasta penden del techo; sillas antiguas, maniquíes y un grupo de gente en torno a una mesa de estilo barroco. En la calle la multitud camina rumbo a la pradera de San Isidro. Es la fiesta grande de Madrid y la tienda Kambalache ofrece a su clientela ofertas, cuentacuentos con música y una copita de vino con empanadas a modo de celebración.

Para escapar un poco del ambiente festivo y ruidoso, nos metemos en el diminuto depósito donde están las ropas que serán seleccionadas para la venta. Allí conversamos sobre el proyecto, los inicios, sueños e inquietudes de aquí y de allá.

Carolina Caballero, una de las mujeres paraguayas artífices de Kambalache, en Madrid.

El inicio de todo

Las artífices de Kambalache son Carolina Caballero, Letizia Molina Petters y Erlina Domínguez. Las tres llevan más de 15 años fuera del Paraguay y en el caso de Letizia y Carolina, muchos años sin pisar su país de origen. El nexo principal entre ellas es el activismo. «Estando en Madrid, conocí a Leti y a Erlina en medio de manifestaciones y encuentros solidarios», comenta Carolina. Y entre esos encuentros, Erlina les contó que tenía un depósito lleno de ropa, cerca de una chatarrería, en las afueras de la ciudad. «Era ropa desechada, algunas recuperadas de la basura y del vaciado de pisos», cuenta Erlina.

Así empezó a gestarse la idea de la tienda. Luego vino el proceso de selección de las ropas, la búsqueda de un local adecuado y a buen precio, el papeleo burocrático, la adecuación del sitio y finalmente la apertura a finales del año 2019. «Justo abrimos unos meses antes de la pandemia», relata Carolina Caballero, señalando el primer gran problema con el que tropezaron desde el inicio del negocio. Una dificultad con la que tuvieron que lidiar a duras penas para no cerrar nada más empezar.

Ninguna de las tres contaba con experiencia previa en tienda o negocio. «Yo vendía ropa nueva y usada en Paraguay, pero nunca tuve una tienda o algo parecido. Este emprendimiento fue una aventura a la que nos lanzamos tres mujeres y aquí estamos luchando para sacar adelante nuestro sueño», dice Erlina. En ese momento pide permiso para ausentarse porque acaba de entrar una clienta y quieren aprovechar las fiestas para vender, ya que la semana estuvo floja.

La fachada de Kambalache, en el barrio de Carabanchel, en la capital española.

Ropa que no has de tirar…

Ya en el local se dieron cuenta de que faltaban muchas cosas para que funcione como una tienda. Con la colaboración de voluntarios y buen humor se pusieron manos a la obra.

«Ya encontramos el local y teníamos ropa, pero nos faltaban percheros y el mobiliario», comenta Carolina. Letizia complementa diciendo que desde el inicio sintieron la necesidad de montar la tienda con materiales reutilizados, con la idea de apostar por la segunda mano desde el principio. Es por ello que en el local hasta los espejos son recuperados de la calle o de los mercadillos de objetos antiguos.

El sentido de Kambalache es la apuesta por la economía circular, por una forma de consumo responsable y por un aporte crítico en relación al medio ambiente. «Es más que un negocio es un proyecto de vida y de activismo», aclara Letizia y va más allá: «La industria textil es lineal. Se produce, se consume y se tira. Nosotras queremos conseguir prolongar la vida útil de la ropa y hacer entender que no todo es basura».

A medida que transcurre esta entrevista coral, las voces suben de tono por la pasión que muestran en sus intervenciones y Carolina quiere aclarar algo: «Si bien vendemos ropa fabricada en condiciones de explotación o de alta contaminación, destrucción de recursos; a través de este proyecto socioeconómico queremos mitigar el impacto y concienciar sobre la importancia del consumo crítico, que al menos nuestras vecinas sepan qué están comprando».

Las tres mujeres son conscientes de que es imposible cambiar los hábitos de consumo solo desde una tienda de barrio. Por eso han generado alianzas con otras organizaciones. Forman parte del Mercado Social de Madrid, que nuclea a comercios que apuestan por una economía social y solidaria, una cooperativa de negocios éticos que cada vez gana más adeptos.

Esa mirada social ya viene desde Paraguay, donde ya cuestionaban, cada una desde su lugar, las injusticias en el país. Creen que muchos de esos males tienen que ver con el acaparamiento de la tierra y la destrucción de los recursos naturales. Es por ello que ven en Kambalache una relación con todo eso, porque la explotación salvaje de los recursos y de las personas se da tanto en el modelo textil como en el agro. Sienten, además, que este proyecto es una manera de seguir ampliando su activismo, porque también ofrecen el espacio para iniciativas solidarias o reuniones de colectivos paraguayos.

Erlina Domínguez y Letizia Molina Petters, emprendedoras paraguayas en Madrid.

El camino andado

En poco más de dos años han logrado que la tienda se convierta en un espacio polifuncional, donde se pueden realizar exposiciones artísticas, talleres de bordado de ñanduti, cuentacuentos, pequeños conciertos de música y hasta festejo de cumpleaños. También están empezando a enganchar a vecinos y vecinas, que pasan por la tienda a probarse ropa y también donar ropa para su venta.

La protagonista excluyente de kambalache es la Emperatriz Isabel que tiene su propia anécdota y que Letizia, Carolina y Erlina nos cuentan a coro: «El maniquí, el único que hemos tenido en el escaparate durante prácticamente un año, lo encontramos tirado al lado de un contenedor de basura el mismo día en que firmamos el contrato de alquiler del local. Le pasamos a llamar Emperatriz Isabel en referencia a la ubicación de la tienda, la avenida con ese nombre. Y así fue como empezamos a usar un retrato de la misma, pintada por Tiziano, como icono de la tienda».

En este tiempo y con todo lo que mueven no da para mucho más que cubrir los gastos. «Todavía no nos da para mantenernos, que sea un trabajo justo que nos sirva para vivir, ninguna vivimos de esto, cada una tenemos nuestras fuentes de ingreso», aclara Letizia. Sin embargo, valora el proyecto, porque insiste en que es una apuesta al comercio ético y una postura política ante el consumo salvaje.

«Hasta aquí llegamos y seguimos respirando, pero nuestro sueño aquí no se corta. Al menos eso espero”, medita Erlina entre el cansancio y la esperanza.

Afuera sigue el trasiego de gente. De tanto en tanto entra alguien a preguntar si hay algún chaleco, una chica colombiana se prueba un short vaquero, vecinos que se acercan con una bolsa de ropa a modo de donativo para que la tienda pueda seguir subsistiendo. «Esta tienda es la luz del barrio», dice una vecina al pasar. Esa expresión es quizá el resumen perfecto de lo que es Kambalache en una zona de bares y mucho ruido, en gran parte porque las tres mujeres responsables transmiten esas ganas y toda su alegría para que este proyecto siga irradiando.

Letizia Molina y la emperatriz.
El interior de Kambalache, un espacio de trabajo y de encuentro.

El sello de «mercado social» que certifica a las emprendedoras paraguayas.
Carolina Caballero, trabajando en el interior de la tienda paraguayo-madrileña.
Las tres paraguayas posan, orgullosas de los logros obtenidos en la capital española.