Un ejemplar de páginas amarillentas del periódico socialista anarquista Le Revolté (El rebelde), fechado el 18 de febrero de 1882, en Génova, sobresale entre las pertenencias del sabio suizo Moisés Santiago Bertoni, en su pintoresca casa de madera, erigida en medio de la selva del Alto Paraná, hoy convertida en el Monumento Científico Moisés Bertoni, un lugar de atracción turística en Puerto Bertoni, a 36 kilómetros al sur de Ciudad del Este.
Al lado del periódico hay un afiche propagandístico, impreso por la “JJ. LL. de Cataluña”, que muestra el retrato de un hombre barbudo, con una frase: “La anarquía es la más alta expresión del orden. Eliseo Reclús”.
Ambos materiales cuentan una historia hasta ahora poco estudiada y difundida, y que se refiere a la ideología y militancia política profesada por el gran botánico, naturalista y escritor.
La mayoría de sus biógrafos han insistido en mostrar a Bertoni como un científico asceta que vino a recluirse en medio de la selva para estudiar a los indios, a los animales y a las plantas, poco interesado en la realidad política, cuando que es todo lo contrario: fueron precisamente sus ideales políticos, alimentados en largas discusiones con dos de los mayores pensadores del socialismo anarquista, Elisée Reclús y Piotr Kropotkin, los que lo empujaron a América, con la utopía de construir aquí la sociedad perfecta, una colonia socialista basada en la agricultura.
Encuentro en Suiza
Bertoni conoció y fue un discípulo joven de Elisée Reclús, el cartógrafo francés y gran líder del anarquismo, que colaboró con Bakunin en la década de 1861-70.
Afiliado a la Primera Internacional, Reclús participó de la sublevación de la Comuna de París en 1870, donde cayó preso. Fue salvado de la condena a deportación perpetua por Charles Darwin y otros intelectuales europeos, y en 1872 recaló en Suiza, donde se reencontró con otro gran líder anarquista, el príncipe ruso Piotr Alekséyevich Kropotkin, también geógrafo y naturalista, y uno de los principales teóricos del anarquismo.
En 1880, Reclús y Kropotkin se establecieron en Clarens, Cantón de Vaud, Suiza, donde los conoció un joven de 23 años, llamado Mosé Giacomo Bertoni, quien se sentía apasionadamente atraído por las ideas del anarquismo, así como por la exploración geográfica y los descubrimientos científicos.
En largas sesiones de adoctrinamiento y discusión, los dos pensadores hicieron germinar en el joven suizo el sueño utópico de fundar una comunidad agrícola socialista, que fuera como construir el paraíso terrenal, en respuesta a la decadente sociedad capitalista europea. Pero esa hazaña solo podía cumplirse en otro lugar que no fuera Europa… en América.
El 14 de febrero de 1882, Moisés Bertoni envió una carta a su esposa Eugenia Rossetti, quien se hallaba en Biasca, comuna suiza del Cantón del Tesino, comunicándole su deseo de llevarlas a ella y a sus primeros hijos a una gran aventura hacia el interior de la Argentina:
“El dado está echado y nosotros partiremos… Sí, querida Eugenia; nosotros partiremos hacia una supuesta Patria; desdeñaremos una sociedad sifilítica que sólo las bombas sabrán curar; una sociedad que desde el lecho en el que yace putañeramente se burla de nuestra ‘superstición’ humanitaria, y que ofrece su inmundo pan al precio del embrutecimiento. ¡No, por Dios!, la naturaleza no nos ha dado una conciencia superior para embrutecerla en aquel océano de basura que desfachatadamente se llama la sociedad moderna”.
El 3 de marzo de 1884, a bordo del vapor “Nord América”, Bertoni embarcó con su esposa, su madre Giuseppina, y sus primeros hijos nacidos en Suiza: Reto Dividone, Arnoldo da Winkelried, Vera Zasulič, y Sofia Perovskaja.
Junto a él venían otros 40 agricultores suizos, a quienes el entusiasta líder anarquista había convencido de que al otro lado del mar les esperaba el paraíso en la tierra.
Llegaron a Buenos Aires y Bertoni logró entrevistarse con el presidente argentino, Julio Roca, a quien entusiasmó con su proyecto colonizador. El gobernante le facilitó los medios para establecer su “colonia utópica” en la provincia de Misiones, en el lugar llamado Santa Ana, hasta donde llegaron los inmigrantes a levantar sus primeras casas, pero la inclemencia de la naturaleza en forma de una prolongada sequía, las intrigas de los caudillos locales y el azote de los bandoleros se transformaron en múltiples dificultades que provocaron fuertes divisiones en el grupo humano.
Las demás familias suizas empezaron a abandonar el sueño de Bertoni, hasta dejarlo solo con su esposa, sus hijos y su madre. Desilusionado, huyó hacia Yabebyry, otra localidad de Misiones, hasta finalmente cruzar al Paraguay, estableciéndose en Guarazapá, a orillas del río Paraná, a unos 100 kilómetros al norte de Encarnación, donde estableció un proyecto maderero con unos socios inversores europeos, quienes finalmente lo engañaron y estafaron.
Recorriendo la región en sus exploraciones científicas, el sabio finalmente encontró su lugar en el mundo: un barranco a orillas del río Paraná, en medio de la selva indómita, un sitio al que en principio denominó “Colonia Guillermo Tell”, pero finalmente acabó siendo conocido como Puerto Bertoni. Aunque no renunció a sus proyectos de colonización, su sueño de utopía política se fue convirtiendo en una utopía científica.
La utopía que no fue
“La utopía pudo estar aquí”, afirma Francisco Alí Brouchoud, artista visual, escritor y crítico de arte posadeño, en un artículo acerca de la ideología política del sabio suizo, publicado en el diario El Territorio, de Posadas, Misiones, Argentina. Es uno de los pocos autores que reivindican al Bertoni anarquista y socialista.
“La imagen que se ha ido construyendo sobre Moisés Bertoni -la de un hombre preocupado exclusivamente por cuestiones botánicas y meteorológicas- es completamente parcial, y ha ocultado la dimensión total de su pensamiento e intenciones”, destaca.
Bertoni vino primero a Misiones (Argentina) y luego al Alto Paraná (Paraguay) “con la idea primera de fundar aquí una colonia socialista, Y su genealogía ideológica entronca con los grandes nombres del movimiento anarquista y comunista europeo, a varios de cuyos representantes conoció y frecuentó en Suiza, y quienes fueron los que lo incitaron a emprender la aventura que lo trajo a estas tierras”, asegura Brouchoud.
En la misma carta que escribió a su esposa Eugenia, invitándola a acompañarlo a América, Bertoni también reveló las ideas que movían su utópica aventura: “¿Qué otra cosa es el patriotismo sino un egoísmo, por más grande que sea, siempre a favor de una pequeña parte de la humanidad? Para un socialista, ¿qué otra verdadera patria puede existir fuera de la Tierra? ¿Qué otro patriotismo fuera de aquel que abraza a la humanidad entera?”.
Por la misma época en que el sabio construía su paraíso familiar en Alto Paraná, otro anarquista europeo escandalizaba a la sociedad paraguaya con sus ideas libertarias: el español Rafael Barrett. Pero mientras Barret era cuestionado y perseguido como agitador social, Bertoni era reverenciado como científico. ¿Llegaron a conocerse Bertoni y Barrett? ¿Tuvieron oportunidad de discutir y confrontar sus ideas políticas?
En el Museo de Puerto Bertoni también se guarda actualmente una maqueta que muestra una aldea rural, con casas y chacras ubicadas en círculos, en terrenos comunitarios y espacios compartidos. Es la representación gráfica del sueño de la sociedad igualitaria que Bertoni había dibujado. El sueño que lo empujó a venir a América, que quiso construir en Misiones y que no renunciaba a hacerlo realidad alguna vez en el Alto Paraná, si la muerte no hubiese venido a buscarlo el 19 de setiembre de 1929, tras una larga dolencia de paludismo.