Educación indígena: una experiencia que cambia el mundo de los originarios

Nuestro colaborador, el periodista indígena mbya guaraní Brígido Bogado, a la vez poeta y escritor, es también docente y tuvo a su cargo abrir la primera escuelita indígena de la comunidad Pindo, en San Cosme y Damián, en los años 80. En este artículo, él nos cuenta en primera persona lo que fue aquel proceso pionero, con los desafíos que tuvo que enfrentar, resaltando cómo la educación con valores y criterios indígenas ayuda a cambiar la vida de muchos niños, niñas y jóvenes.

La historia de que los indígenas en el Paraguay podamos asistir a una escuela, a un colegio secundario y sobre todo a la universidad, es algo relativamente nueva.

Las posturas de la antropología de los años 60 del siglo pasado venían definidas principalmente en dos vertientes: aquel pensamiento que decía que los indígenas debían permanecer en una especie de estado vírgen, sin introducir valores o elementos de otras culturas, y otro pensamiento que sostenía que las culturas indígenas no podían permanecer como islas, sino que debían abrirse y desarrollarse, tomando todo aquello que venía de los países desarrollados, como la educación formal, dejando de lado nuestras propias creencias religiosas y aceptando el cristianismo, etc.

En el debate entre estas posturas estaban nuestras comunidades indígenas, en el departamento de Itapúa.

Ya anteriormente había anunciado uno de los últimos líderes mbya guaraní, el gran Angelo Garay, de que vendrían tiempos en que los mbyas debían acudir a las escuelas para estudiar y aceptar vivir rodeados de otras gentes no indígenas, porque llegarían tiempos difíciles, tiempos de grandes necesidades, en que los montes se acabarían y la forma de vivir de los mbya estaría en peligro, tal como actualmente está sucediendo.

En Itapúa, los mbya pasamos por momentos muy difíciles desde los primeros tiempos, como los desalojos de nuestras tierras ancestrales, atropellos con grandes maquinarias como tractores o topadoras, quemas de casas, apresamientos de líderes, etc. Se vendían las tierras, con las comunidades indígenas adentro, a inversores extranjeros que no querían saber nada de los indígenas.

Entre todas estas experiencias negras y negativas, siempre hubo resistencia a participar de la educación formal, de aceptar la introducción de otras creencias religiosas y de formas de vida no propias de los mbya.

El único grupo mbya que se interesaba por la educación formal fue el de los denominados «mbya misioneros», como los mbya del norte del país nos llamaban a los del sur. Eran grupos que se interesaban más por aprender e incorporar algunas formas de vida de los juru’a (blancos). Entre esos mbya de Misiones estaban los que vivían en la Isla Jasy retã (o Yacyretá, como se escribe oficialmente, manteniendo la grafía antigua del guaraní, que significa ‘Tierra de la Luna’).

Los miembros de este grupo, cuando lograron asegurar sus tierras propias, en los los 80 pidieron la habilitación de una escuela para los niños y niñas en la Comunidad Pindo, en San Cosme y San Damián.

Los miembros de la comunidad seguían teniendo miedo de que las clases dictadas por maestros que no sean indígenas pudieran significar algún peligro para nuestra cultura y exigieron entonces que las clases sean dictadas por un maestro mbya.

En esa época casi no existían indígenas con formación para enseñar.

Fue así como se acordaron de mí, porque era uno de los pocos que tenía formación académica, ya que había logrado terminar la escuela primaria, después la secundaria e incluso había pasado por la universidad, estudiando primero filosofía, como base para estudiar luego teología, en preparación para el sacerdocio, cosa que finalmente no sucedió, por circunstancias de la vida.

La actual Escuela 5841 de la comunidad mbya guarani de Pindo. Aquella primera escuelita indígena de solo dos aulas ha crecido mucho. / DESIRÉE ESQUIVEL ALMADA

Los desafíos tras la caída de Stroessner

La habilitación de la primera escuela de educación formal fue un tanto difícil para la comunidad Pindo, pues durante la dictadura todo era controlado, no se podía salir de lo establecido, no se podía salir de los programas, de los libros, etc, y a pesar de que el general Stroessner cayó en 1989, el sistema no había cambiado de manera significativa.

Había mucho miedo para abrir una escuela en una comunidad indígena y lo más importante era saber qué docente iba a enseñar en el lugar. Hubo muchas averiguaciones sobre mi persona por parte de las autoridades, cuando me propusieron que sea el primer maestro indígena en toda la región.

En ese tiempo había una sola supervisión para la educación indígena, tanto para la región occidental como para la región oriental. Todo se centralizaba en Asunción.

Para tratar de habilitar la primera escuela indígena en Itapúa, en nuestra comunidad Pindo, hubo que hacer muchos viajes a Asunción. Hubo algunas «sugerencias» de parte de la supervisora de aquel tiempo, en el caso de que no cumpliéramos las normas.

En primera instancia, acepté todas las sugerencias. Lo interesante era que nuestra comunidad se encontraba a 360 kilómetros de la capital, en una zona muy aislada y no había nadie que pudiera ejercer un control directo sobre lo que podría llegar a hacer como maestro de esa primera escuela indígena. Así nació la actual Escuela Básica 5841 de Pindo, la primera escuela indígena de Itapúa.

Yo había leído mucho al pedagogo brasileño Paulo Freire y al teólogo también brasileño Leonardo Boff, temas sobre la alfabetización de los pobres y la teología de la liberación. Si las autoridades hubiesen sabido eso, probablemente no me hubiesen autorizado a enseñar.

Brigido Bogado posa en el interior de un aula de la escuela indígena que él fundó, junto a un mural que le rinde homenaje. / DESIRÉE ESQUIVEL ALMADA.

Fortalecer la cultura mbya

Mi primera misión era que los niños aprendan a escribir, a leer y a entender lo que escriben y leen. Después, que aprendan lo básico de las matemáticas. Al mismo tiempo, empecé a trabajar para fortalecer los valores de nuestra cultura mbya. De hecho, yo mismo tuve que volver a reaprender muchas cosas de nuestra cultura, por el tiempo que había vivido entre los juru’a, los blancos, y a poner esa cultura en práctica con los alumnos.

Fue un proceso muy desafiante y a la vez muy enriquecedor, sobre todo en los primeros tiempos, con aquel primer grupo de alumnos y alumnas. En un segundo periodo, ya con más alumnos y más grados habilitados, pude ampliar y fortalecer los contenidos pedagógicos, con más conocimientos que debían tener los estudiantes, porque al terminar la escuela debían salir de la comunidad y proseguir sus estudios en colegios de los juru’a.

Tras la caída de Stroessner, todo fue un poco más fácil, aunque seguían existiendo restricciones de parte del gobierno. El general Andrés Rodríguez, el militar que derrocó a su propio consuegro y que inició la transición democrática, vino como presidente de la República a entregar los títulos de propiedad de nuestra comunidad y a inaugurar la primera escuela indígena, que entonces era solo un edifico pequeño de dos aulas. Como anécdota, un día antes llegaron tropas de militares a ocupar y rodear totalmente nuestra aldea, por prever la seguridad del presidente, pero causaron susto y miedo en mucha gente, porque traían recuerdos muy pocos agradables de cuando nuestra gente fue expulsada de la Isla Yacyretá, para construir la represa hidroeléctrica.

Brigido Bogado y el director periodístico de El Otro País, Andrés Colmán Gutiérrez, junto a otro de los murales que recuerdan al primer maestro indígena dando clases a niños y niñas de la comunidad, alrededor de una fogata. / DESIRÉE ESQUIVEL ALMADA.

La educación que cambia la vida

Varios niños y niñas que comenzaron a aprender conmigo las primeras letras y los primeros números, en aquella primera escuelita, en los años 90, pudieron seguir sus estudios y algunos pudieron llegar a la universidad, convirtiéndose en personas destacadas.

Hoy cada vez más jóvenes quieren estudiar y superarse, aunque no todos tienen la oportunidad de lograrlo. En nuestra comunidad Pindo tenemos a ocho jóvenes siguiendo carreras universitarias. En mi caso, aun siendo ya un docente jubilado, me decidí a estudiar una nueva carrera universitaria, estudiando periodismo en la Universidad Católica de Encarnación, viajando diariamente 83 kilómetros desde San Cosme y Damián. El esfuerzo valió la pena y en 2021 me pude recibir con honores, convirtiéndome en el primer indígena mbya guaraní que es Licenciado en Ciencias de la Comunicación, con énfasis en Periodismo, en toda la historia del Paraguay. Gracias a eso, hoy puedo formar parte del equipo de El Otro País como corresponsal en mi región y asesor en temas indígenas.

La educación puede ayudar a cambiar y mejorar el mundo de los indígenas, pero debe ser con los contenidos pedagógicos que tengan en cuenta, valoren y respeten los elementos propios de nuestra cultura.

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(Artículo anexo)

Investigación académica UNAE: las deudas pendientes con la educación indígena

“La política pública nacional sobre educación indígena de Paraguay debería garantizar y fomentar la interculturalidad, conocer mejor la historia, la cultura y los derechos de los indígenas, solo de este modo se evitaría la discriminación, la injusticia, el racismo. Es posible que entonces, los niños de todas las comunidades ya no irían cabizbajos a sus escuelas y se les valoraría su lenguaje, su gran desempeño trilingüe, como lo son los de Loma Hovy que manejan simultáneamente Mbya, guaraní paraguayo y castellano” sostiene parte de las conclusiones de un importante trabajo realizado por docentes e investigadores de la Universidad Autónoma de Encarnación (UNAE) y el Instituto Superior de Educación Divina Esperanza (ISEDE), bajo el título Comunidades Maka y Mbya en Itapúa, publicado en 2020.

En dicha obra, la rectora de la UNAE y una de las compiladoras del libro, Nadia Czeraniuk de Schaefer, sostiene: “Las organizaciones educativas deben comprometerse en desarrollar modelos de enseñanza aprendizaje y evaluación que convivan con la realidad en la que participarán los egresados cuando devengan profesionales o porque directamente provienen del contexto”.

“La cuestión étnica, las situaciones dramáticas que viven los pueblos indígenas de Paraguay necesitan proyectarse, en los distintos ámbitos, donde las políticas públicas puedan converger para atender sus reclamos, pero, para eso se necesitan muchos trabajos, necesitamos que nuestros docentes, egresados y estudiantes reciban formación adecuada”, destaca.

Más adelante, Czeraniuk refiere que “en los sucesivos pasos a concretar, la cuestión indígena seguirá formando parte de la política académica del complejo universitario, vinculando los procesos de enseñanza, aprendizaje y evaluación con las actividades de investigación y extensión, asumiendo el desafío de que, en años sucesivos, la cuestión lingüística, la cuestión de la lengua, la cuestión de la comunicación, comunidad dentro y fuera de ella, sean encaradas de manera sistemática tomando en cuenta los avances que, en esa misma materia, vienen exigiendo las comunidades, así como las numerosas organizaciones sociales que las acompañan, en la convicción de la construcción de un Paraguay multiétnico y plurilingüe”.