Al principio, sus vecinos se rieron. La primera mañana en que vieron al nuevo intendente de Atyrá, Feliciano “Nenecho” Martínez Morales, salir con una escoba a barrer su vereda y recoger la basura en una bolsa, pensaron que quizás era un tonto o que, definitivamente, se había vuelto loco.
—¡Mba’éiko péa! (¡qué es eso!) —exclamaron—. Don Nenecho ko es el intendente. ¿Por qué él sale a barrer, si puede ordenar a los empleados municipales que hagan eso? ¡Está perdiendo su autoridad…!
Era el año 1991. Hacía apenas dos años que el Paraguay se había librado de la larga dictadura del general Alfredo Stroessner (1954-1989) y empezaba un árido proceso de transición a la democracia, tutelado por el Partido Colorado, la misma fuerza política que sostuvo al régimen tiránico durante 35 años, con la presidencia de otro controvertido general, Andrés Rodríguez, consuegro del dictador depuesto y acusado de estar vinculado a actividades delictivas de contrabando y narcotráfico.
En abril de 1991 se realizaron las primeras elecciones democráticas para los gobiernos municipales en toda la historia del país.
Atyrá, una pequeña e histórica ciudad en el Departamento de Cordillera, fundada en 1538 por el gobernador colonial español Domingo Martínez de Irala, no era muy diferente al resto de las ciudades del interior del Paraguay. En esa época, el distrito tenía cerca de 14 mil habitantes, estaba dividido en 14 compañías y tenía los mismos problemas de falta de asistencia del Estado, recursos precarios, pocas oportunidades laborales y mucho aislamiento de la capital Asunción, distante a 61 kilómetros.
Las calles, en su mayoría todavía de tierra, estaban generalmente sucias, con basura acumulada y canales del agua servida que los vecinos derramaban sin conciencia en la vía pública. Pocas personas tenían el hábito de cuidar el medio ambiente, a pesar de vivir en un entorno de gran belleza paisajística y con mucho verde.
“Nuestra ciudad es pequeña y muy bella, pero necesita que la mantengamos limpia. La Municipalidad no tiene recursos para limpiar toda la basura que generamos, pero podemos ayudar a hacerlo nosotros mismos. Si tienen tiempo, tomen sus escobas y rastrillos y vengan conmigo”, les dijo aquella mañana el intendente Nenecho a los vecinos que salieron a observar su “locura”.
Al poco rato, dos señoras entraron a sus casas y salieron con sus propias escobas, sumándose a la tarea. Las demás personas observaron la escena con cierto asombro y poco después también las imitaron. Para el mediodía ya se había formado una gran cuadrilla de vecinos, con la participación entusiasta de niños y jóvenes, que no dejaron un solo papelito ni una lata por recoger en la Plaza de los Héroes, en las calles circundantes y en los alrededores de la Iglesia San Francisco de Asís. Algunos trajeron baldes de pinturas y pinceles, para darle un llamativo colorido al hasta entonces gris entorno.
Durante el descanso, cerca del mediodía, don Feliciano miró el resultado de aquella tarea colectiva y aplaudió a sus vecinos, mientras les hacía una propuesta:
—¿Qué les parece si seguimos trabajando juntos, para convertir a Atyrá en la ciudad más limpia del Paraguay?
La revolución verde
“Esa gran hazaña que encabezó don Feliciano no se logró de la noche a la mañana, sino que llevó un largo y complicado proceso educativo, a través del tiempo, como ocurre con todas las cosas que merecen la pena”, admite Juan Ramón Martínez, actual intendente de Atyrá, quien fue uno de los estrechos colaboradores del primer “inte”, cuando se dedicaba principalmente a la docencia, desde su cargo de director del colegio Mariscal López.
Tras haber ganado las elecciones municipales en abril de 2021 y asumir la intendencia en noviembre, Juan Ramón se ha declarado abiertamente como “un continuador de la labor pionera de don Feliciano”, aunque desea ampliar y modernizar todo lo que se ha logrado hasta ahora.
Con el lema “Atyra oñondive” (Atyra, juntos), el intendente y los concejales recorren los barrios y buscan promover que la gente se organice para trabajar por el mejoramiento ambiental, en jornadas de trabajo denominadas “ñamba’apo oñondive” (trabajemos juntos), en donde los funcionarios municipales desarrollan tareas a la par con los vecinos en el mejoramiento de calles, plazas, veredas y el cuidado de los recursos naturales.
La Municipalidad de Atyrá cuenta actualmente con 17 empleados en el sector administrativo, 15 en el programa Tekoha Ñangareco (cuidar el ambiente), que incluye a los trabajadores del sector de limpieza urbana, además de 7 funcionarios técnicos, según los últimos datos brindados por el intendente Juan Ramón Martínez. No es mucho para todo lo que se está logrando, si se mira el plantel de funcionarios que tienen otros municipios.
El legado de don Feliciano
“Feliciano tenía un corazón enorme y un bolsillo pequeño, pero eso no fue obstáculo para ubicar a nuestra comunidad en el mapa mundial”, dice Blanca Lidia Berdejo viuda de Martínez, esposa del recordado ex intendente, quien falleció en 2005, tras una larga enfermedad.
“El inte”, como lo recuerdan, ganó la primera elección por pocas diferencias de votos. No logró ser reelecto en el segundo periodo, ya que una poderosa maquinaria política tradicional se impuso y de alguna manera negó su legado.
“La gente todavía no valoraba todo lo que él había ayuda a lograr, llevó tiempo para que aprendan lo que significa la autogestión o que organismos internacionales reconozcan a Atyrá como la ciudad más limpia, saludable y autosustentable del Paraguay. Hoy ya nadie puede negar eso y mi papá es recordado como un héroe civil, algo que para mí es un orgullo y una responsabilidad”, dice Francisco “Cachito” Martínez, hijo de Feliciano, quien hoy se desempeña en la Supervisión de Educación en Atyrá, trabajando muy de cerca con las instituciones educativas, en donde la educación ambiental es uno de los principales componentes.
Elisa Liz Pérez Coronel, odontóloga y pobladora atyreña, pareja del comisario retirado Teodoro Martínez, hermano del recordado primer intendente, asegura que el primer cambio se dio en la propia vida y personalidad de don Feliciano.
“Nosotros lo conocíamos como un político tradicional, que había sido presidente de la seccional colorada en la época de Stroessner, que tenía un estilo autoritario, pero un día sintió el llamado de Dios de hacer una conversión personal de servicio a la comunidad, ya que también era muy religioso, miembro de los Cursillos de Cristiandad (movimiento laico de la Iglesia Católica). Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que algo había cambiado en su interior y se convirtió en una persona muy diferente, entregado por entero a transformar también nuestra ciudad”, explica ella.
La vieja casona de estilo colonial de la familia Martínez es una de las residencias mas bellas del centro histórico de la ciudad, sobre la calle Mariscal Estigarribia, frente a la Plaza de los Héroes. Allí, en la sala, permanece un museo doméstico que el propio Feliciano había empezado a montar con objetos antiguos y obras de artesanía, entre ellas los hermosos tallados en madera de su amigo, el artesano atyreño Silvio Franco. Sus familiares han agregado fotografías y los numerosos pergaminos y reconocimientos que el primer intendente recibió en vida por su valiosa obra.
Pero el principal homenaje a Feliciano es la ciudad misma. En cada rincón, en cada esquina, hay un elemento que lo recuerda, desde los letreros con mensajes de cuidar y proteger la naturaleza que él mismo mandó instalar de modo muy rudimentario, hasta la avenida principal de entrada que lleva su nombre, pasando por carteles con su biografía y su retrato.
El cambio empezó en Monte Alto
En los 90, uno de los barrios de Atyrá que más sufría el aislamiento era Monte Alto, una tradicional comunidad campesina asentada en la cima del principal cerro que brinda un paisaje imponente a la ciudad. A unos tres kilómetros del centro urbano, la compañía rural tenía entonces unos 250 habitantes y se conectaba a través de un precario y empinado camino de tierra que con cada lluvia se volvía intransitable.
Monte Alto tenía algunas particularidades: desde lo alto del cerro se contempla la ciudad de Atyrá, rodeado de un paisaje panorámico y de un verde exuberante. Además, la mayoría de sus pobladores eran afiliados al Partido Liberal, la fuerza política “contraria” al partido colorado, al cual pertenecía el nuevo intendente. El otro elemento importante era que, para enfrentar los muchos problemas, los pobladores estaban acostumbrado a trabajar unidos.
En aquella comunidad de “liberales contreras”, don Feliciano encontró a sus primeros aliados para desarrollar el sistema de autogestión comunitaria. Fue a reunirse con ellos, les habló de la importancia de preservar el medio ambiente y de trabajar juntos por mantener un entorno limpio y saludable.
Luego de una “asamblea guasu”, empezaron a construir la primera escuela con recursos municipales y donaciones. Uno de los vecinos, Toti Guzmán, regaló parte de su terreno, de media hectárea, para la institución educativa. La mano de obra la pusieron los propios vecinos, en alegres jornadas de mingas y esfuerzo colectivo. Muy pronto la escuela se hizo realidad, al igual que otras obras comunitarias.
El logro más importante fue construir un camino empedrado desde el centro urbano de Atyrá hasta lo alto del cerro. Fue una verdadera epopeya, de hombres, mujeres y niños trabajando juntos para extraer piedras del cerro y extender la vía, siempre animados por el incansable Feliciano. La Municipalidad destinó 22 millones de guaraníes de sus limitados recursos para ayudar a solventar la obra, pero la mayor parte se logró con donaciones y con el trabajo de los propios pobladores.
“La compañía Monte Alto fue la zona más marginal de la comunidad. Allí experimentamos el método de autogestión comunitaria. Nos dio un gran resultado, hubo un increíble cambio, que fue una motivación para todos los atyreños, para que nos convenciéramos de que juntos, sin marginarnos por cuestiones partidarias, podemos hacer una gran transformación”, destacó Feliciano en uno de sus primeros informes a la ciudadanía.
Actualmente, Monte Alto es una comunidad modelo y un centro turístico, donde se encuentra el visitado Salto Karumbey, el establecimiento gastronómico y de alojamiento Casa del Monte, el templo y mirador Divino Niño Jesús, al igual que el Museo Mitológico Pombero Róga y la galería de arte YrybuKeha, emprendimientos del pintor y escultor atyreño Miguel Ángel Alarcón Pibernat.
La fecha más significativa es la que se vivió el 7 de abril de 1996, cuando Atyrá fue reconocida a nivel internacional como la Comunidad Más Saludable del Paraguay, séptima en América y octava en el mundo, distinción certificada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Desde entonces, este reconocimiento se ha seguido validando en varios foros mundiales de ciudades autosustentables.
Atyrá, en una nueva etapa
Feliciano Martínez no llegó a ser reelecto por un segundo periodo, cuando volvió a presentarse a elecciones en 1996. “Sus compueblanos no valoramos en ese momento todo lo que él había logrado, fue vencido por una campaña política muy diferente a la que él buscaba rescatar. Tuvieron que pasar varios años para que los atyreños entendamos todo lo que el primer intendente nos legó”, afirma el actual intendente, Juan Ramón Martínez.
Feliciano renunció a su histórico partido colorado y se unió a una nueva fuerza política, el partido Patria Querida, que lo llevó a ser elegido como senador nacional en las elecciones del 2003. El exintendente seguía recibiendo homenajes y reconocimientos de distintos puntos del país y del exterior, pero ya se encontraba con una salud muy deteriorada, que le dificultaba hablar. Tuvo que pedir permiso de su función en el Congreso para someterse a un duro tratamiento, hasta que inevitablemente falleció el 15 de marzo de 2005, a los 56 años de edad. Su cuerpo, trasladado en una humilde ambulancia desde Asunción, fue recibido con lágrimas y vivas por sus conciudadanos.
Martín Fernández, estudiante de Ciencias Básicas en la UNA, coordinador de un grupo juvenil denominado Atyha Pypore (huellas de la comunidad) cuenta que su principal motivación es que, al viajar a otros lugares y contar que es oriundo de Atyrá, las demás personas le comenten: ¿Ah, de la ciudad más limpia del país?
“Me da mucho orgullo que digan eso por mi ciudad, que la mencionen de ese modo. Tengo 19 años de edad, no conocí personalmente a don Feliciano Martínez, porque yo no había nacido cuando el comenzó todo esto, pero es emocionante enterarnos todo lo que hizo, todo lo que nos dejó. Tenemos el compromiso de mantener y de hacer crecer su legado, por eso nos involucramos también en preservar el medio ambiente, es fomentar la educación y la cultura”, destaca.
En el grupo se encuentra Paz Sofía Benítez Martínez, Pacita, nieta de Feliciano, una adolescente apasionada por los libros y por la cruzada ambientalista iniciada por su abuelo. En la Navidad última, en que el municipio de Atyrá impulsó el primer Pesebre de Libros en la Plaza de los Héroes, la joven se sumó a un festival artístico invitando a los jóvenes a leer y a cultivar el intelecto, buscando que la ciudad no solo sea “la más limpia del país”, sino también “una de las más cultas”. Recientemente, con los demás jóvenes del grupo Atyha Pyporé se han hecho padrinos y madrinas de la primera biblioteca callejera instalada en la Plaza de la Iglesia, la segunda en el distrito.
Hoy Atyrá es un ejemplo de lo que se puede lograr con educación y gestión comunitaria. Cuenta con uno de los mejores sistemas de recolección de residuos clasificados en origen (en el hogar) en orgánicos e inorgánicos. Posee un vertedero en zona verde, donde busca mejorar y modernizar el sistema de tratamiento. Otras comunidades del Departamento de Cordillera, como Santa Elena, Isla Pucú, Piribebuy, Caacupé, Altos, Caraguatay, buscan emular su ejemplo, manteniendo su propia lucha por ser también ciudades limpias y saludables, centros de atracción turística y de difusión del arte y la cultura.
Como guardianas de la memoria, las frases que don Feliciano mandó escribir y pintar en rústicos carteles, en lugares emblemáticos de la ciudad, continúan allí, algo desgastadas por los efectos del clima y el paso del tiempo, pero plenamente vigentes, iluminando el futuro de Atyrá y de todo el Paraguay:
-“La manera segura de vencer es actuar”.
-“El único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada”.
-“La cultura debe ser un compromiso de todos”.
-“No debemos seguir colores, más que los de la bandera paraguaya”.
-“Una vida pura es la mejor religión”.
-“El principio de la limpieza no está en limpiar, sino en no ensuciar”.
-“La ciudad higiénica no es la que más se limpia, sino la que menos se ensucia”.
-“El único recurso genuino con que cuenta un líder auténtico es movilizar las energías de la propia ciudadanía, en la búsqueda de sus metas”.
-“El punto de llegada es aquel en el que la autoridad formal se hace innecesaria y la comunidad asume por sí misma el desafío de su bienestar”.
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