No le quedó otra salida. Para poder ir a vivir con su mamá, que desde hace cuatro años trabaja en un taller de costura en la ciudad de Sao Paulo, Brasil, César Josué González (8) tuvo que abandonar su escuela en el barrio Florida, Territorio Social 1 de Noviembre, en Caaguazú y resignarse a perder el año lectivo.
Esa era la única manera de que el niño pudiera reunirse con su progenitora, Cynthia Báez (25), quien tuvo que migrar al Brasil por falta de oportunidades laborales en su comunidad, dejando al pequeño César al cuidado de su abuela, Ubaldina Brizuela (48), en su humilde vivienda de Caaguazú, pero ella extrañaba mucho a su hijo y entonces vino a buscarle a principios de 2022, para llevarlo consigo.
“César va a perder su escuela”, le advirtió la abuela Ubaldina, pero Cynthia le dijo que vería la forma de que el niño prosiga sus estudios en el Brasil. No fue posible. El idioma muy diferente, el sistema educativo muy cerrado y sobre todo las condiciones de gran sacrificio laboral en que se desempeña Cynthia, junto a otros migrantes paraguayos, en donde trabaja de 06.00 a 21.00, encerrada en un taller de costura, significaron un gran choque para el pequeño.
“Lloraba mucho, mientras estaba solo y encerrado en una pieza, donde nadie me escuchaba. No podía ni salir a jugar”, recuerda César Josué, sentado en el patio de la humilde residencia de su abuela, con los ojos brillando, mientras cuenta lo mucho que le costó adaptarse en otro país y lo mal que se sentía lejos de su casa en Caaguazú.
Se estima que al menos 70.000 migrantes paraguayos trabajan en condiciones de explotación laboral en la ciudad de Sao Paulo, la mayoría en talleres de costura ilegales, en lamentables condiciones de salubridad, según un informe dado a conocer en 2013 por el programa de Erradicación del Trabajo Esclavo, un ente asociado al Ministerio de Trabajo y Empleo (MTE). Muchos intentaron regresar al Paraguay durante la pandemia de Covid-19, haciendo más visible la situación de cuasi esclavitud.
El amor por su mamá no fue suficiente para resistir el cambio de ambiente. “No me alegré, porque no sabía hablar en portugués y todos en la escuela hablaban en portugués”, narra César Josué.
La abuela Ubaldina relata en guaraní que “apenas un mes se fue a la escuela y después lloraba todos los días, porque no se hallaba entre los brasileros. Después de seis meses, su mamá le trajo de vuelta al país. Durante esos cinco meses que César no estudiaba, en el trabajo de mi hija le prohibieron llevarle, su patrón le prohibió todo, entonces le dejaba solito en una pieza donde vivían”.
Renunciando a tener a su hijo consigo, la mamá de César Josué consiguió permiso por cuatro días y le trajo de vuelta junto a la abuela.
Allí se planteó el desafío: ¿Cómo recuperar los más de seis meses de clases que el niño había perdido?
Sus maestros y maestras lo recibieron con mucho cariño, pero fueron los promotores y docentes de apoyo de la organización CRECER, aliada a Children Believe, quienes más ayudaron para que el alumno pueda reincorporarse a su antigua escuela, empezando desde cero el año escolar en pleno agosto.
CRECER, una experiencia esperanzadora
El caso de César Josué es solamente uno más de los muchos casos de exclusión educativa que se producen por situaciones de pobreza, de disgregación de familiares que deben migrar en busca de trabajo en otros países, entre otros factores. Y es también una de las experiencias en que la valiosa intervención de agentes sociales consigue ayudar a disminuir los efectos de esta problemática.
Las cifras de exclusión educativa que se arrastran en el Paraguay son alarmantes. En 2016 se alertaba que unos 150.000 niños, niñas y adolescentes estaban en riesgo de quedar fuera del sistema, según un informe del Centro de Investigación para el Desarrollo. La pandemia de Covid-19 agravó la situación. Otro informe apuntaba en 2021 que 212.217 jóvenes de 15 a 19 años no asistían a ninguna institución educativa formal, principalmente por motivos económicos. ¿Qué hacer ante esta situación?
La Organización No Gubernamental CRECER es una entidad de carácter civil sin fines de lucro, fundada en el año 2015. Su sede central se encuentra en la ciudad de Coronel Oviedo (Departamento de Caaguazú), con filiales en Mauricio José Troche, Villarrica y Caaguazú. Están enmarcados en cinco senderos definidos: niñez educada; niñez sana en comunidades empoderadas; protección; participación; y equidad de género.
Las instituciones educativas forman parte importante de este proceso de empoderamiento y desarrollo que fomenta CRECER. “El programa se solventa a través del sistema de Patrocinio, que respalda a niños, niñas y adolescentes de 30 escuelas y dos centros comunitarios localizados en Blas Garay, Mauricio José Troche, Villarrica y Caaguazú, llegando a más de 4.000 niñas, niños y adolescentes”, destaca Angelina Enciso, coordinadora general de la ONG.
“No hacemos asistencialismo, porque queremos que los padres y las madres puedan autogestionarse, y un día que nosotros salgamos de la comunidad, ellos puedan quedar como entes comunicadores de lo que ellos han aprendido. Por esa razón capacitamos a padres, madres y jóvenes que venían de diferentes comunidades de donde estábamos acompañando”, subraya.
En Caaguazú, donde vive César, CRECER viene trabajando desde hace cuatro años con tres subprogramas en los barrios Triunfo, Florida y San Luis, con apoyo y asistencia a diez escuelas y un centro comunitario, esto se traduce a un soporte de a más de 1.000 niños en la zona.
“En el área social uno tiene que tener mucha paciencia, tiene que ir de a poco, no todas las personas tuvieron la oportunidad de estudiar y capacitarse. Entonces hay que ir dando esas oportunidades que no tuvieron las personas adultas y a los niños y niñas hay que motivarlos desde ahora a que se vayan preparando, estudiando, dándoles las herramientas necesarias para el buen desenvolvimiento, para un desarrollo integral”, añade Angelina.
Ella apunta que el trabajo infantil es uno de los principales motivos de la deserción escolar, algo que, en los departamentos de Caaguazú y Guairá, donde se centra el trabajo de CRECER, se evidencia en plena zafra de caña de azúcar: “Los niños acuden para trabajar con sus padres en el famoso pelado del takuare’ẽ (caña dulce), entonces muchos no asisten a las escuelas. No trabajamos solos, tratamos de involucrar a las entidades públicas que velan por los derechos de ellos y ellas. Además, llegamos a las instituciones educativas donde acuden, nos acercamos y les hablamos mucho a las familias, porque deserción escolar se da, en muchas veces, cuando terminan el sexto grado”, refiere.
La pandemia agudizó la exclusión educativa
Como consecuencia de la pandemia del coronavirus, solo en el 2020 se registró un 4,9% de deserción escolar, de acuerdo a los datos del Ministerio de Educación. En esta entrevista a la viceministra de Educación Escolar Básica del Ministerio de Educación y Ciencias, Alcira Sosa, se destaca que 5 de cada 10 estudiantes dejaron de presentar sus tareas durante el 2020 y ya no se volvieron a matricular para el 2021.
En cuanto a las clases virtuales, Francisco Javier Martínez, docente de apoyo de CRECER, asegura que fue “un completo fracaso del MEC”, porque a muchos niños y niñas de sectores sociales no se les pudo llegar con las lecciones y muchas tareas les resultaban inentendibles.
“Buscamos la forma de cómo poder ayudarles, muchas veces no podíamos contactarnos con ellos por video llamadas, entonces les grabábamos audios y videos, explicándoles las tareas en guaraní, porque esa es la lengua materna de ellos. Con todos los cuidados pertinentes, fuimos casa por casa a ayudarles y allí vimos las necesidades de la familia, porque algunos no tenían ni sillas en donde sentarnos”, relata.
Actualmente están trabajando en las instituciones, como soporte de los docentes de las escuelas, y se nota el proceso educativo, porque varios alumnos volvieron a las escuelas.
“Gracias a CRECER los profesores pudieron mejorar su proceso de aprendizaje también, porque nosotros prácticamente empezamos desde cero con ellos. Yo tengo alumnos de tercer grado que no sabían las vocales. Tuve un alumno del séptimo grado que no sabía nada y su mamá ya daba todo por perdido, pero aprendió, porque solamente necesitaba una clase particular, una enseñanza particular para que el niño pueda progresar”, aclara.
Antonella Caballero, promotora comunitaria de la organización, relata: “Durante la pandemia nosotros estuvimos trabajando muy de cerca con las comunidades, principalmente con las familias que estaban pasando por un proceso muy difícil, donde permitían que sus hijos e hijas dejen las escuelas para salir a trabajar, porque había pocos ingresos en esos tiempos. Fue un proceso largo, poder lograr que varios de esos niños y niñas vuelvan a estudiar, porque las comunidades con quienes comenzamos de cero, ahora se están fortaleciendo y trabajamos en conjunto. La lucha sigue, es complicado, pero no es imposible”.
Un tiempo perdido, sin saber usar el celular
La profesora le mandaba tareas, día tras día, pero Alexis Fabián Báez (14) no sabía cómo completar y entregaba lo que podía a destiempo. Antonia Báez (51), su abuela, tuvo que pagarle a alguien durante los primeros meses de pandemia para que le ayude con sus deberes hasta que ya no pudo sostener económicamente. El año pasado Alexis se atrasó mucho y durante dos meses prácticamente dejó de responder el whatsapp de su clase.
“Era muy distraído y con el tema de la pandemia todo era con el celular, yo tenía el aparato, pero no entendía cómo usar para las tareas de la escuela, además, él tampoco entendía, porque no leía luego. Nos venía la lección por el celular y no entendíamos nosotros, entonces yo le pagué a una chica para que venga, aunque sea dos veces a la semana para hacerle la tarea. Después ya me forzaba, porque ya no había trabajo. Gracias a CRECER, el profesor Javier le pudo ayudar a Alexis para recuperar el tiempo perdido”, agrega Ña Antonia.
Para la abuela, las profesoras no tenían mucha paciencia y no apoyaban a su nieto como debían. “Él no era el problema, sino que las profesoras no le ayudaban. Ahora va a la escuela normalmente, recuperó todo por suerte”, señala.
La mamá de Alexis trabaja en Buenos Aires, Argentina, donde tiene a otros dos hijos, pero les envía dinero cada vez que puede a sus familiares en Caaguazú. “Sabe él que sin el estudio no va trabajar, somos pobres, pero procuramos por él”, añade la abuela.
Alexis asegura que no quiere quedar fuera de la escuela y, ahora que pudo volver a las clases presenciales, está dispuesto a recuperar el tiempo que perdió durante la pandemia. “Quiero hacer el esfuerzo, terminar la escuela y colegio, para después poder estudiar para ser policía”, anuncia.
Excluidos forzados y autoexcluidos
La exclusión educativa no solo significa que el niño o la niña se encuentre “no escolarizado», por motivos económicos o sociales, sino que incluye mucho más en el panorama: es privarle de las perspectivas vitales para aprender, de la participación regular y continua en la escuela, de nuevas experiencias interesantes de aprendizaje, de imposibilitarle a contribuir con el aprendizaje realizado al desarrollo de su comunidad y sociedad. Y podríamos citar mucho más, pero no perdamos de vista que el principio de la igualdad de oportunidades educativas cimenta el derecho a la educación, premisa que se destaca en un estudio del año 2012 de la UNESCO.
Elba Cardozo viuda de Valdéz, la directora de la Escuela Básica N° 8096 Primero de Noviembre, de Caaguazú –una de las instituciones que se fortaleció gracias al apoyo de CRECER–, indica que algunos casos de deserción escolar, ocurrido durante la pandemia, fueron a causa de que muchos padres consideraron que estudiar en forma virtual no era lo pertinente, no era lo adecuado. Entonces algunos de sus alumnos y alumnas dejaron de asistir a las clases y luego ya no quisieron retornar al aula.
“Ya empezaban a hacer algunos trabajitos, algunas changuitas, a ganar su propia platita, entonces ya no deseaban concurrir en la escuela. A pesar de mucha insistencia, trabajando con las familias y visitando sus casas, en algunos de los casos no pudimos lograr la reincorporación de los estudiantes”, lamenta.
Otra causa de deserción se da cuando los padres se mudan a otros lugares por falta de trabajo: “Algunos se van al extranjero y llevan a sus hijos. En algunos casos retornan y otros se quedan en el extranjero, pero no sabemos si continúan la escuela en esos lugares”, agrega.
Como una forma de evitar la deserción escolar, la directora y los docentes trabajan mucho en la autogestión. Después de muchas idas y vueltas consiguieron implementar de nuevo la merienda y almuerzo escolar, que ayuda a que los padres sigan enviando a sus hijos a las clases, ya que es una forma de contribuir a su alimentación.
Lourdes Figueredo, directora de la escuela Héroes del Marzo Paraguayo, también en Caaguazú, cuenta que durante la pandemia fue fundamental tener una máquina impresora, porque de esta forma, sus estudiantes accedían a copias de materiales: “Les acercábamos de forma gratuita a los alumnos y alumnas, que no podían venir hasta la escuela. Los profesores se iban a sus casas a llevarles las copias. De esa forma nos manejábamos, porque muchos no tenían internet o no tenían celular”, destaca.
Efectos sicológicos de la exclusión educativa
Hablar de salud mental es fundamental y Rosalba González, psicóloga de CRECER, explica que de acuerdo con los casos que lleva tratando, los niños, niñas y adolescentes tienen problemas de autoestima, desmotivación y frustración: “Tener autoestima alta es esencial para tener confianza, para lograr cosas, resolver problemas en la vida”, indica.
La experta destaca que se debe trabajar con las familias, sean cuales fuesen los motivos de la exclusión escolar. “Es importante motivar al niño o la niña a que vaya a la escuela y que termine el colegio. Lo que suele ocurrir es que cuando hay problemas de aprendizajes, automáticamente la familia cree que el niño o la niña no quiere estudiar o no aprende, porque no quiere o no tiene ganas de estudiar. Si sufre algún trastorno de aprendizaje se tiene que atender”, subraya.
Las cifras de la exclusión escolar en el Paraguay son todavía elevadas, pero el esfuerzo de los educadores y de los promotores sociales de organizaciones como CRECER ayudan a revertir esta situación. Gracias a este apoyo, el niño César Josué y el adolescente Alexis han conseguido volver a las aulas y recuperar el valioso tiempo perdido. Ojalá muchos otros alumnos y alumnas puedan contar historias parecidas.