Mucho antes de la llegada de los conquistadores europeos a este continente que luego llamaron América, los pueblos originarios medían el tiempo y se orientaban durante sus largos viajes en base a las estrellas y a los astros del cielo.
Desde los tiempos ancestrales, la cultura mbya guaraní tenía su propia concepción de la astronomía, con la que daban explicación a muchos misterios del universo y otorgaban además una dirección para la vida cotidiana, para la vida espiritual y el teko’a comunitario.
El centro de esta actividad en las comunidades mbya guaraní es el Opy, el espacio físico por excelencia de las actividades espirituales, en donde se reúnen los miembros de la comunidad, en donde a veces también concurren personas de otros lugares para asistir a los ritos, en especial cuando hay ceremonias de bautismo (más bien para escuchar los nombres de monte del recién nacido), o el comienzo de las actividades en las chacras, como también cuando hay alguna necesidad urgente (casos de epidemia, muerte u otras situaciones fuera de lo común o para decidir el cambio del teko’a).
Todas las actividades comunitarias estaban —y siguen estando— regidas por las palabras y las predicciones de los yvyra’ija (líderes religiosos), quienes son enviados a la vida para tal función y requieren de una preparación muy especial para pulir sus conocimientos, según nos explica don Luis Cabral, yvyra’ija y médico natural, líder espiritual de la Comunidad Guaviramí de Santísima Trinidad, Itapúa. Es el autor del libro Po’â Ka’aguy mby’a – Recetario de Medicina Natural del pueblo Mby’a Guarani, recientemente editado y que está teniendo buena repercusión.
Las divinidades guaraníes
Ñamandu, representado por el sol, es una de las divinidades más importantes del mundo guaraní. Es considerado el dios ayudante de Ñande Ru Tenonde, el que hace brotar las semillas, brinda energía a todos a los seres humanos, a las plantas, a los animales y a todos los seres supuestamente inanimados, porque según las creencias de nuestro pueblo, todos tienen vida, según refiere don Luis Cabral.
Ñamandu también es quien envía a los espíritus, a los Mbya concebidos con ciertas habilidades, seres inteligentes que tienen el fin de ayudar a los demás durante su existencia.
Don Cabral dice que existe una antigua sabiduría en descifrar las estrellas en el mundo guaraní, pero no es considerada una disciplina principal dentro de la sabiduría ancestral.
El líder espiritual explica que tampoco existe un choque entre las creencias antiguas sobre las estrellas por parte de los guaraníes del monte y la que posteriormente trajeron los misioneros jesuitas en las reducciones, a partir del Siglo XVII, durante la conquista europea.
“Los guaraníes de las Misiones han podido practicar la astronomía con los conocimientos y la sabiduría de los jesuitas, en aquellos tiempos”, destaca.
Una de las experiencias más interesantes se vivió en la misión jesuítica de San Cosme y Damián, fundada en 1632, donde en 1703 llegó desde Santa Fe, Argentina, el padre Buenaventura Suárez, un religioso que es conocido como el primer astrónomo que desarrolló actividades importantes en el Paraguay. Investigó sobre las creencias astronómicas de los guaraníes y con la ayuda de los propios indígenas que habitaban en la misión, construyó un telescopio, un cuadrante astronómico y un reloj astronómico que, aunque rudimentarios, eran exactos en su funcionamiento.
El reloj fabricado en piedra, con una placa de metal, que hasta hoy marca con mucha precisión el paso de las horas en base a la luz del sol y las sombras sobre las inscripciones, es uno de los principales atractivos en lo que queda de la misión jesuítica de San Cosme y Damián. Es también uno de los elementos que conectan con ese mundo todavía poco conocido: el de la particular visión del cielo que tienen los pueblos indígenas guaraníes, como explicación a los misterios del universo.
Las investigaciones del profesor Servín
El rescate de la figura pionera de Buenaventura Suárez dentro de la astronomía en el Paraguay, se debe fundamentalmente a las investigaciones de otro apasionado por las estrellas, el profesor Blas Servín, fallecido en 2020.
De formación principalmente autodidacta, fundó en la década de 1990 una asociación para divulgar las actividades astronómicas y, en homenaje al admirado primer astrónomo jesuita, dirigió la creación el Centro de Interpretación Astronómica Buenaventura Suárez, con un planetario y un observatorio con telescopio, habilitado en el 2010 en San Cosme y Damián. La tarea de Suárez, que en 1740 fue capaz de predecir las fases lunares para todo un siglo, encontró continuidad en el trabajo del profesor Servín, logrando incluso el reconocimiento de la propia NASA estadounidense.
Servín fue también un apasionado investigador de la astronomía guaraní. “El cielo era el espacio donde los guaraníes proyectaban su mundo. Por ejemplo, a la Vía Láctea la llamaban el Mborevi Rape, el camino del tapir, que es un animal que sigue siempre un mismo recorrido hasta su guarida, y las hojas que deja en ese camino brillan a la luz de la luna”, explicó en una entrevista.
El docente destacó que en las estrellas Alfa y Beta Centauro, que siempre aparecían juntas, los guaraníes veían la expresión del amor de una pareja de recién casados, mientras que la constelación de la Cruz del Sur se identificaba con la pisada de un ñandú, ave similar a un avestruz.
Una de las causas de mayor temor para los guaraníes lo constituían los eclipses, según Servín, porque consideraban que un gran tigre azul (jagua hovy) empezaba a devorar al sol y a la luna durante estos fenómenos, para dejar al mundo en una oscuridad eterna. Entonces hacían mucho ruido con sus palos y tambores o disparaban sus flechas hacia el cielo, para asustar al gran felino y hacerlo huir.
El siguiente video, elaborado en base a las investigaciones del profesor Blas Servin, es el que se exhibe a los visitantes en el Centro de Interpretación Astronómica Buenaventura Suárez, en San Cosme y San Damián, para entender mejor los encantos del cielo guaraní.