Día de la Mujer Paraguaya: Una historia de homenaje a la kuña guapa

El 24 de febrero es el Día de la Mujer Paraguaya, en homenaje a su participación en la Guerra del Triple Alianza y a la reconstrucción del país. Le rendimos homenaje compartiendo un relato de nuestro director periodístico, Andrés Colmán Gutiérrez, que recoge una anécdota real, de un episodio ocurrido en 1995, en una compañía rural de Caazapá. Este texto fue escogido por Andrew Nixon y Peter Lambert, para traducirlo al inglés e incluirlo en el gran libro The Paraguay Reader, editado en Londres, en 2013, por la prestigiosa Duke University Press. El título con que traducen Kuña guapa es “A fine woman” (una buena mujer). Se incluye en la versión paraguaya ampliada del libro, “Antología del Paraguay”, editado en 2021 por Intercontinental Editora.

Las manos de Ña Francisca suben y bajan sobre el angu’a con precisión de computadora, en el antiguo y fascinante ritual del ñembiso. Un avati soka en cada mano. Dos palos de mortero que se elevan en el aire y caen en intervalos parejos sobre el hueco cavado en el tronco de timbó, golpeando y triturando los granos de maíz, marcando un ritmo sordo y acompasado, música primordial que llega a la perfección de una sinfonía.

Ña Francisca tiene casi 70 años de edad y lleva la geografía del dolor dibujada en la piel. Verla allí, en el patio de su precario ranchito, en la compañía Zanja Corá, moliendo maíz en el viejo mortero con la primitiva técnica aprendida de sus abuelos, es un hecho que no puede escapar a la fascinación del periodista. Uno se pregunta una y otra vez cómo es posible que un gesto tan simple y cotidiano pueda alcanzar la dimensión de lo mágico.

Minutos antes había estado grabando una entrevista con Críspulo Sandoval, dirigente de una comisión vecinal de productores agrícolas, sentados bajo la enramada con una fresca jarra de tereré. El hombre me hablaba en guaraní de la profunda crisis que azota al campo paraguayo, empezaba a referir la esforzada y heroica lucha de los campesinos, cuando sintió que el sordo golpeteo del ñembiso interrumpía su concentración.

–¡Emokirirïmi la nde angu’a! –ordenó a la anciana, con tono soberbio y ofuscado.

Le dije que no se molestara, que la dejara proseguir con la tarea, ya que el ruido no afectaba a la grabación, y seguramente lo que estaba haciendo la mujer era algo importante.

–¡Ani re je preocupá…! –me respondió–. Kuña rembiapónte ko pea.

El gesto despectivo hacia la esforzada labor de la anciana, me indignó. Mi limitada y esquiva conciencia feminista surgió de algún oculto rincón, y entonces me atreví a desafiar al arrogante líder campesino, preguntándole si él era capaz de moler el maíz con la misma destreza con que lo hacía Ña Francisca.

El hombre sonrió, incómodo, y me preguntó si se trataba de una broma. Le dije que no. Yo quería aprender cómo se hacía y deseaba que él, que seguramente es un experto en las tareas del campo, me pueda enseñar. No pudo resistir a la provocación. Se levantó y caminó decidido hacia el angu’a.

Ña Francisca nos observaba en silencio, con pasiva credulidad. Críspulo aferró los dos avati soka con gesto sobrador, uno en cada mano, y trató de hacer lo mejor que pudo. Fue un soberano desastre. Los palos golpeaban hacia cualquier dirección, sin gracia, sin ritmo, mientras los granos de maíz volaban por el aire y se esparcían en el suelo para felicidad de las gallinas. Lo intentó durante varios minutos, hasta que uno de los palos casi le aplastó la mano derecha. Entonces inventó alguna excusa tonta y suspendió la demostración.

Con una sonrisa triunfal, le devolví los palos a Ña Francisca. Ella no dijo nada. Simplemente puso más granos de maíz en el angu’a, elevó las manos en el aire y reanudó el sordo golpeteo acompasado, como si llevara siglos haciendo lo mismo.

Debajo de la enramada, intenté proseguir la entrevista con Críspulo, pero iba a resultar difícil. Su voz había perdido el tono arrogante, y lo que estaba diciendo ya no tenía ninguna importancia.

Ilustración: Oleo «Mujer Paraguaya», de Carlos Miguel Pürzel Höhn. / GENTILEZA