—Eeeeeh elaaa… eeeeeh elaaaa…
La voz del anciano chamán Aníbal López resuena con ecos ancestrales, acompañado por el sonido de una maraca de calabaza y semillas. Se encuentra en medio del huerto de plantas medicinales de Palo Santo, aldea de la comunidad El Estribo, del pueblo indígena Enxet Sur, distrito de Irala Fernández, Departamento de Presidente Hayes, a 390 kilómetros de Asunción.
El chamán cierra los ojos y parece como si flotara en su canto, como si viajara a otros tiempos, a otros mundos. Mientras, un viento árido y candente llega desde el Norte, haciendo bailar a los árboles.
La quejumbrosa tomada ritual se propone alejar a las enfermedades y a los malos espíritus. Es la manera tradicional en que los miembros de este pueblo originario buscan curarse desde épocas antiguas… pero a veces la medicina tradicional no resulta suficiente.
En esos casos, Lina López Gómez, la principal lideresa de la comunidad, licenciada en enfermería, hija del chamán Aníbal, pide a los pacientes que crucen la calle para llegar hasta el modesto, aunque moderno puesto de Unidad de la Salud de la Familia (USF). Allí, médicos, enfermeras y promotoras ponen en práctica la ciencia del “hombre blanco”, con chequeos clínicos, inyecciones y pastillas.
—Buscamos mantener un equilibrio en todos los ámbitos de nuestra vida actual, manteniendo vigente nuestro saber ancestral, que sigue teniendo un gran peso cultural y espiritual en nuestra gente, pero también incorporamos los avances de la ciencia y la tecnología para tratar de mejorar nuestra situación— relata Lina, quien junto a otras mujeres han asumido el desafío de dirigir la comunidad, dejando atrás el también tradicional machismo de los liderazgos indígenas.
Lina es una de los principales referentes de la Articulación de Mujeres Indígenas del Paraguay (MIPY), una dinámica organización autónoma de mujeres pertenecientes a 18 de los 19 pueblos que habitan el Paraguay.
El MIPY fue creado en 2014 y desde entonces ha puesto en marcha importantes procesos de debate, formación e incidencia ante diversos sectores. El objetivo es lograr “el empoderamiento de las mujeres indígenas, su reconocimiento como actoras centrales de la lucha por erradicar la discriminación y promover la acción estatal para superar la histórica exclusión de los pueblos indígenas que habitan el Paraguay y, en particular, la que viven las mujeres”, según explican.
Todo cambió con el cambio climático
Liliana Gómez es una mujer de la tercera edad que mantiene una huerta comunitaria en el centro de la aldea Palo Santo.
Todos los días, muy temprano, ella toma su azada y su rastrillo, junto a un gran balde de plástico con agua acumulada de las lluvias, para ir a remover la tierra y a humedecerla con cuidado. De esta manera, busca que sus plantas de calabazas, porotos, batatas y zapallos puedan seguir vivas, a pesar de la sequía y del aplastante calor que dominan, aun en invierno.
—Estas son las pocas verduras y hortalizas que consiguen aguantar en la sequía. Otras no resultan… las lechugas y todas las que tienen hojas verdes tiernas se mueren en seguida, quemadas por el sol y por el aire caliente –comenta. Mientras, distribuye con mucha racionalidad el agua preciosa, que en seguida es absorbida por la tierra, la que vuelve a ponerse seca, arenosa, en medio del viento ardiente que levanta remolinos de color marrón—.
Antes podíamos plantar bien y tener muchas clases de verduras, pero ahora vivimos entre situaciones extremas por el cambio climático. Sufrimos largas sequias sin agua y con mucho calor o un exceso de lluvias que inundan todo y que nos dejan aislados por largo tiempo, sin caminos, sin comida, sin poder salir a la civilización.
Liliana es madre de la lideresa Lina y esposa del chamán Aníbal. Atesora la sabiduría de sus ancestros y además se entusiasma con las nuevas propuestas que puedan ayudar a mejorar la vida de su pueblo. Desde su huerta, nos enseña algunas palabras en lengua Enxet Sur.
—¿Cómo se llama la batata en Enxet?
—Peye.
—¿Y el zapallo?
—Yatepa.
—¿Qué otras verduras te gustarían cultivar?
—Tomates, pimientos, cebollas. Estoy esperando que me traigan semillas. Así puedo preparar una buena alimentación para las criaturas.
—¿Es cierto que los técnicos de una ONG les enseñaron a instalar un sistema de riego por goteo, para que puedan tener verduras durante todo el año? ¿Qué pasó con ese proyecto?
—No pudo funcionar, porque no tenemos agua. El acueducto no anda. ¿Cómo se va a regar con ese sistema, si no sale una sola gota de las canillas? Todo se muere cuando hay larga sequía. Yo prefiero mojar la tierra a mano cada mañana, pero cuando falta el agua, tenemos que racionar. En esos casos ya no puedo regar mi huerta y mis verduras se mueren.
En busca del agua de vida
La región Occidental del Paraguay, más conocida como el gran Chaco paraguayo, es una zona semi árida, con pocas fuentes hídricas, lo cual se suma a la gran carencia de infraestructura para acceder al agua potable. Debido a la salinización de los suelos, también parte del agua que se obtiene es salada y no apta para el consumo.
Esta es una contradictoria ironía, la de no tener agua para consumo en el país con la mayor reserva de agua dulce, según destaca un reciente informe de la red de news letter o boletines de noticias La Volanta.
La escasez de agua ha sido históricamente un drama para gran parte de la población chaqueña. Durante la Guerra del Chaco, que enfrentó a Bolivia y Paraguay, entre 1932 y 1935, eran más los soldados que morían de sed, antes que por los combates.
En las últimas décadas, la acelerada tala de bosques chaqueños para habilitar campos de pastoreo de ganado y territorio para cultivos mecanizados, ha llevado a acelerar los efectos del cambio climático.
Una serie de reportajes del medio periodístico digital El Surti, Los desterrados del Chaco, que obtuvo el prestigioso Premio Gabo en 2018, sostiene que esta región sufre “la deforestación más acelerada del mundo”. Esto se debe a que en un solo día la tala arrasa con una superficie que equivale a 222 estadios de fútbol como el que el popular Club Cerro Porteño posee en Asunción, conocido como “la Nueva Olla”.
Los datos se basan en el monitoreo sistemático de la deforestación en el Gran Chaco que realiza la organización Guyra Paraguay.
En los días en que los y las periodistas de El Otro País visitamos la región, todo se podía observar seco, con el viento abrazador que levantaba ardientes remolinos.
En ese lugar, los pobladores consumen el agua generalmente sucia y contaminada de los riachos y tajamares, o el agua de lluvia recolectada en tanques y aljibes, lo que significa un grave riesgo para la seguridad alimentaria y la salud.
Lo llamativo es que, a todo lo largo del polvoriento camino de tierra que lleva a las comunidades, se puede observar un complejo sistema de tanques y caños conectados con canillas a las viviendas de cada aldea, pero que hasta ahora son elementos puramente decorativos.
Son parte del proyecto del Acueducto para el Chaco, que en su segunda fase fue inaugurado con mucha pompa por el presidente Mario Abdo Benítez en 2021, ya que cumplía el sueño de hacer llegar el agua del río Paraguay desde Puerto Casado a numerosas comunidades, a través de más de 200 kilómetros de tuberías.
—En esos días vivimos una verdadera fiesta en nuestra aldea, porque abrimos la canilla y a fin podíamos recibir agua potable de buena calidad— recuerda Lina López. Los niños se bañaban en el chorro, pero la alegría duró poco. A los pocos días, el agua se cortó. Desde entonces, no sale una sola gota más.
Otra inauguración de la tercera fase del Acueducto se realizó en junio de 2022, pero tampoco esta vez pudo mantenerse la provisión de agua. Los técnicos sostienen que las cañerías pierden el líquido en varios puntos de la primera fase y se debe realizar una inversión mucho mayor de los 130 millones de dólares que ya se gastaron, para que pueda funcionar.
—Para nosotros, el Acueducto del Chaco, hasta ahora es un engaño, porque no funciona, a pesar de que el Gobierno lo presenta como una gran solución para la falta de agua que sufrimos los pueblos indígenas del Chaco— destaca Lina.
Soluciones organizadas para obtener agua
Mientras insisten a través de sus organizaciones en que las autoridades reparen el sistema del Acueducto y cumplan con sus promesas, las comunidades indígenas chaqueñas combinan sistemas ancestrales y modernos para colectar agua y volverla potable para el consumo de emergencia.
El método que les resulta más práctico es recoger el agua de lluvia a través de un sistema de canaletas en los techos que conducen a tanques y aljibes. En estos casos, se recomienda hervir el agua antes de consumirla, ya que tiene un contenido de acidez.
Cuando las sequías son prolongadas, el agua acumulada se agota pronto. Entonces solo queda la posibilidad de recolectar el agua de los riachos y tajamares, generalmente sucia, lodosa y llena de bacterias.
—Usamos varios métodos para purificar el agua. Hervir el líquido que se junta con las lluvias o que se saca de los tajamares es el que más recomendamos, pero las mujeres mayores prefieren otros métodos naturales, como ponerle unas hojas de plantas que ellas conocen, como aprendieron de sus abuelas, para dejar que filtre— explica Alicia Flores, una de las promotoras del puesto de la Unidad de Salud Familiar de Palo Santo.
Con ese sistema natural, el agua tiene también un sabor más fresco y agradable. Una de las plantas que más se usa para purificar el agua es la moringa. Se ponen las hojas en un recipiente limpio con agua y se deja en el sol por algunas horas. Después ya se puede consumir.
Alicia es una de las jóvenes de la comunidad que salió a estudiar y regresó a servir a su gente en El Estribo. Actualmente, sigue la carrera de sicología social en una universidad privada de Villa Hayes, a donde debe viajar cada tanto a dar clases y presentar sus exámenes.
—Para mí es muy importante lo que enseñan nuestras abuelas sobre la medicina natural, pero también valoro mucho lo que aprendo en la universidad. Trato de aplicar los conocimientos según el caso —admite.
—Enseñarles a cuidar la calidad del agua que toman es una de nuestras principales tareas, porque por beber agua contaminada se producen muchas de las enfermedades que tenemos aquí, como las diarreas, los males gastrointestinales, que a veces se vuelven graves, como el cólera– enfatiza.
Además de recurrir a los métodos tradicionales, las enfermeras y educadoras sanitarias les enseñan a volver potable el agua con pastillas de cloro efervescente o con gotas de lavandina que les proveen ellas mismas en el puesto de salud, con instrucciones precisas.
Entre las recomendaciones, explican a los pobladores que deben disolver las pastillas de dicloroisocianurato de sodio o hipoclorito sódico en el agua y dejarlo reposar al menos durante media hora, pero siempre en proporciones mínimas, porque las cantidades en excesos también dañan la salud.
Igualmente, sugieren aplicar dos gotas de lavandina común por litro y dejar reposar, pero muchas personas se resisten a usar estos métodos porque les incomoda el sabor y no confían en su efectividad. Prefieren seguir usando los métodos naturales, como filtrar el agua en un recipiente tipo embudo, con arena y carbón.
—El proceso de educar y capacitar a nuestra gente es lento, pero es necesario—destaca Alicia. Las organizaciones de mujeres indígenas que hemos ido formando en los últimos años ayudan mucho para ir conociendo y reclamando nuestros derechos. Así como nosotras aprendemos de las abuelas los valores culturales de nuestro pueblo, ellas aprenden de nosotras los usos positivos de la ciencia y la tecnología que provienen de los paraguayos.
Entre indígenas, menonitas, latinos y paraguayos
Aunque han nacido en el Paraguay, la mayoría de los miembros de pueblos indígenas se refieren a los no indígenas como “paraguayos”, antes que como “blancos”. Es como si aún les costara reconocerse como parte de esta nación, quizás debido a la secular exclusión de la que son víctimas, o como si quisieran reforzar la situación de que el resto de la sociedad y el Estado todavía no los consideran totalmente como ciudadanos y ciudadanas.
En el Chaco, además, se maneja el mote de “latino” para denominar a la población que no es indígena ni de ascendencia migrante menonita, sino que constituyen los “blancos” o criollos”, ya sean de nacionalidad paraguaya o de otras naciones: brasileños, argentinos, bolivianos.
En la región de Teniente Irala Fernández, los indígenas representan el 60% de la población. Existen 17 comunidades, 89 aldeas y 6 grupos étnicos (Toba maskoy, sanapaná, enlhet norte, enxet sur, angaite y nivaklé). Son aproximadamente unas 4.000 familias indígenas en todo el distrito.
Los Enxet Sur, también llamados simplemente enxet o lenguas, constituyen uno de los grupos indígenas chaqueños con mayor presencia en la zona. Con una historia de cazadores recolectores nómadas, consideran que todo el Bajo Chaco es su territorio ancestral, pero con su hábitat enajenado por estancias y establecimientos agropecuarios, se han visto acorralados en territorios cada vez más reducidos, obligados a modificar su modo de vida y sus prácticas de sustento.
En la comunidad que visitamos han logrado que el Estado los reubique en lo que fuera una gran estancia ganadera, que se llamaba justamente El Estribo. Son unas 9.600 hectáreas de territorio que pudieron conquistar y asegurar tras una larga lucha social. Coexisten 11 aldeas con una población de casi 2.000 personas, entre ellas: Palo Santo, 20 de enero, Alegre, Dos Palmas, Karanda, La Madrina, Paratodo’i, San Carlos, Santa Fe y Tres Tamarino.
Los Enxet Sur de El Estribo hoy tienen tierra propia, significativos avances en programas de vivienda, puestos de salud y escuelas, servicio de energía eléctrica, pero los principales temas pendientes siguen siendo: poder acceder al agua potable, conquistar la seguridad alimentaria y contar con caminos de todo tiempo, que les permita romper el aislamiento.
Unión y organización para avanzar
—En el Chaco, la única manera de salir adelante es unirse y organizarse —destaca Tina Alvarenga, secretaria ejecutiva de la Articulación de Mujeres Indígenas del Paraguay (MIPY).
Hace tiempo que existe la práctica de unir intereses desde lo étnico. Por ejemplo, la Coordinadora de Líderes Indígenas del Bajo Chaco (CLIBCh), con más de veinte años, posibilita unir a las comunidades de un territorio y presentar demandas comunes.
Existen varias organizaciones indígenas en el Chaco Central, cada pueblo tiene su propia organización. Y ahora estamos encontrando avances importantes en la unión de las mujeres, a partir de su propia identidad.
En el caso de El Estribo, Tina enfatiza que se trata de una comunidad que ha podido construir liderazgos políticos y a la vez liderazgos espirituales muy fuertes. Ahora, tiene además una fuerte presencia de mujeres organizadas, que van asumiendo en gran parte las luchas de la comunidad.
—Hay organizaciones como la denominada Misma Mujeres, conformada principalmente por mujeres artesanas, que lograron articularse para manejar mejor la comercialización de sus productos, para enfrentar los problemas económicos o la obtención de alimentos— cuenta la dirigente—. Ahora, desde la Articulación de Mujeres Indígenas del Paraguay, estamos trabajando con ellas en un programa de capacitación ante los efectos del cambio climático, que principalmente los sienten con las sequías prolongadas y las inundaciones extremas.
Entonces, además de una lucha por conquistar el acceso al agua potable y a la seguridad alimentaria, también se están adiestrando en sistemas de protección de su territorio ante la depredación, aprendiendo el uso de nuevas tecnologías como un sistema de drones para monitorear los bosques o de alertas tempranas para prevenir eventos climáticos catastróficos.
Foto: Desirée Esquivel Almada.
El desafío de sobrevivir al cambio climático
Resistir a los efectos del cambio climático es una de las consignas que se repiten con más frecuencia por parte de las comunidades indígenas, no solo en el Paraguay, sino en todo el Chaco Americano, que también incluye a gran parte de Argentina, Bolivia y Brasil.
—Sabemos que el cambio climático es una amenaza para toda la humanidad, pero los pueblos indígenas y en especial las mujeres sentimos con mucha mayor fuerza sus efectos negativos —explica Lina—. Por eso, nos estamos capacitando y aprendiendo a enfrentarlo con propuestas de soluciones. Hacemos talleres para conocer nuestros derechos y tomar conciencia de la situación. Nos organizamos para presentar proyectos con ayuda de técnicos y reclamar ante las autoridades, combinando el uso de la tecnología con los conocimientos ancestrales de nuestro pueblo.
Aunque en gran parte del territorio de El Estribo aun no llegan los servicios de telefonía celular y de internet, un grupo de chicas y muchachos se ingenian para ubicar los sitios más elevados en donde sus teléfonos móviles logran obtener señal y así permanecer conectados a las informaciones meteorológicas y a las alertas, como a aprender a hacer volar los drones para vigilar la presencia de cazadores furtivos o taladores de árboles.
—Apenas recibimos algún aviso sobre cualquier problema, entre las mujeres y los ancianos de la comunidad nos reunimos en seguida para decidir qué hacer —afirma la lideresa Lina, mientras en el huerto su padre, el chamán Aníbal, nos sigue bendiciendo con su canto ancestral y su maraca para que estemos debidamente protegidos durante toda nuestra visita al lugar.
—Eeeeeh elaaa… eeeeeh elaaaa…
Foto: Desirée Esquivel Almada.
Escuchá el podcast: En busca de agua potable y segura para comunidades indígenas del Chaco Central – Podcast Ep 1 en YouTube, como también en Spotify.
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Este reportaje fue realizado gracias al apoyo de la Fundación Avina y Voces para la Acción Climática Justa (VAC).