En la ciudad de Sevilla, España, existió hace unos años la Bodeguita de San Luis, un bar donde además de comer tortillas españolas, serranitos o unos buenos jamones ibéricos, podíamos degustar chipa guasu, empanaditas o un humeante y aromático vori vori.
En poco tiempo se había convertido en una especie de oasis para matar el techaga’u y sentir cómo esos sabores de antaño se nos metían en el cuerpo para recordar, aunque sea un sapy’ami, a nuestra tierra. Los findes de semana faltaban mesas para tanta gente.
Esto era gracias a las manos y las recetas familiares de Rossana Ojeda, una luqueña que había llegado a Sevilla a trabajar como «interna», para poder enviar dinero a su familia, ya que a su padre le habían detectado un cáncer y el tratamiento era costoso.
Muy pronto encontró trabajo y al poco tiempo conoció a Rafael Repetto, con quien terminaría casándose y así conformar lo que aquí llaman una «pareja mixta».
Rafael era el encargado de la Bodeguita de San Luis, donde recaló Rossana de manera accidental. «Yo tenía ya el bar y me encargaba de la organización y el servicio, pero un día empezó a faltarnos un cocinero y le dije a Rossana que ella podía echarme una mano», cuenta Rafael.
En ese tiempo ya estaban casados y si bien a Rossana le asustó un poco la idea, se animó.
«Yo temblaba al principio, pero mi suegra me ayudó, explicándome cómo se hacían algunas cosas y así empecé», habla Rossana de sus inicios. Entonces decidió hacer un curso de cocina para llevar mejor el bar junto a Rafael.
Comida paraguaya los fines de semana
Una vez instalada como cocinera oficial, se les ocurrió probar también con comida típica paraguaya. «No había bares paraguayos en esa época y entonces le digo a Rafa, ‘¿y por qué no ponemos los fines de semana un menú solo de comida paraguaya?’», cuenta Rossana.
Empezaron invitando a amigas y conocidas de la colectividad paraguaya. Probaron solo los domingos, con un menú exclusivo, con las recetas que Rossana había aprendido de su abuela y su madre. «El primer domingo se petó, o sea, no se cabía. El segundo domingo también. Así que habilitamos también los sábados solo con comida paraguaya», recuerda Rafael.
Finalmente, tuvieron que hacer una carta «binacional» para toda la semana y así pudieron mantener su clientela fija y propiciaron a que más gente conozca el sabor de un mandi’ó chyryry, soyo con tortilla o las chipas que nunca faltaban.
Esta experiencia duró unos cuatro años, cuando en el año 2015 decidieron cerrar el local, seguir formándose y buscar un sitio con mayor espacio para cumplir el sueño que Rossana venía acunando: llevar la comida paraguaya a otro nivel.
Rafael y Rossana empezaron a hablar de un restaurante donde puedan combinar las recetas tradicionales paraguayas con otros ingredientes y captar así a otros comensales. «Queremos promocionar la cocina paraguaya, hacer llegar a otros públicos, con una especie de cocina fusión, pero sin perder la esencia y los sabores característicos que hacen que nuestra comida sea única», comenta Rossana.
Además de buscar un mejor lugar para su restaurante, Rossana empezó a hacer el curso superior de cocina y Rafael a estudiar para metre, a fin de especializarse en todo lo que tiene que ver con la atención en sala, de cara al público. Pero el sueño del restaurante propio, de calidad, se fue diluyendo por varios factores, entre ellos la subida de los precios de alquileres. Se dieron cuenta de que no tenían la capacidad económica para afrontar el montaje de un establecimiento como el que querían, así que decidieron posponerlo y seguir formándose.
«Terminamos de estudiar y nos fuimos a Londres de práctica, donde aprendimos mucho. Al terminar las prácticas nos ofrecieron trabajo. Volvimos a Sevilla a pensarlo, pero yo no me animé a volver a migrar», cuenta Rossana, además de argumentar que ella no quería volver a empezar todo de nuevo. Pero no hay mal que por bien no venga, porque la suerte apareció en forma de oferta laboral.
«Salió trabajo del tirón aquí para los dos y quisimos aprovechar porque Rafa nunca había trabajado para otro y cada uno empezamos en restaurantes de la ciudad», rememora Rossana.
Y así fueron enganchando trabajo y más trabajo en el complejo y agotador mundo de la gastronomía, donde cuentan que hay mucha explotación «aunque tengas todos los títulos», por lo que siguen posponiendo el proyecto de su restaurante propio. En algún momento, incluso llegaron a pensar en llevar ese proyecto a Paraguay, pero después de unas idas y venidas se convencieron de que no estaban dadas las circunstancias.
A la espera de cumplir el gran sueño
En la actualidad, Rossana es funcionaria del Servicio Andaluz de Salud. Trabaja como pinche de cocina en el Hospital Universitario Virgen del Rocío, uno de los más importantes de la ciudad. Rafael se dedica a la enseñanza, transmitiendo su conocimiento de metre a jóvenes de un instituto público. Y ante la pregunta de qué pasa con ese sueño postergado, responden que sigue ahí, latente, que en cualquier momento lo van a retomar.
Ya cuando la entrevista está a punto de terminar, Rossana saca de la manga otro proyecto inédito y lo cuenta así: «Tengo también el proyecto del libro de comida fusión paraguaya, que ya tengo casi todo escrito, todo hecho, con las recetas probadas».
Nos despedimos con una cena preparada por Rossana, entre pregunta y pregunta, en el piso que comparte con Rafael en el barrio de la Macarena. El menú incluye unas tortillitas con mandioca y un mandi’o chyryry con mucho queso, acompañado con una cerveza local.
Cenamos mientras seguimos conversando sobre la vida en Sevilla, los viajes habituales a Luque y lo incierto del futuro para las personas migrantes, pero con la ilusión de seguir compartiendo y expandiendo los sabores paraguayos por el mundo.