El Arete Guasu, el gran día verdadero, trasciende su mera naturaleza festiva para convertirse en un símbolo de la rica herencia cultural de los Guaraníes de esta región y un testimonio de su profunda conexión con la tierra, la naturaleza y la espiritualidad.
Originalmente, esta festividad se llevaba a cabo para rendir homenaje a los dioses, por las cosechas de maíz, del cual se obtiene la chicha, bebida fermentada típica de los pueblos originarios de la cordillera andina.
En tiempos más recientes, influenciada por la presencia de misioneros franciscanos, la festividad se sincronizó con el carnaval del calendario occidental, como parte de un proceso de asimilación cultural fundado sobre la utilización de máscaras rituales.
La importancia de las máscaras
Las máscaras son de vital importancia en la cultura Guaraní: pueden representar a los dioses, espíritus de la naturaleza, animales totémicos u otros seres sobrenaturales, o, como en el caso del Arete Guasu, antepasados. A través de música, danzas y representaciones alegóricas, los ancestros emergen del inframundo matyvyrocho y vuelven temporalmente a la existencia terrenal a través de las máscaras denominadas agüero-güero.
En este caso, existe una ulterior distinción entre subgrupos de Guaraní en el departamento de Boquerón.
Cerca del casco urbano de Mariscal Estigarribia, en la comunidad de Santa Teresita, las máscaras llevan predominantemente un distintivo gorro compuesto de un alto cono decorado.
En contraste, las máscaras de los Guaraníes de la remota zona a las orillas del Pilcomayo, denominada Pedro P. Peña —cerca del puesto fronterizo de Pozo Hondo que conecta con Argentina— están mayormente compuestas por un rostro de hierro o cartón decorado y adornado con dos alas enteras obtenidas por aves locales, que el mismo agüero-güero debe cazar en el periodo previo al Arete Guasu.
Otras máscaras que animan los rituales incluyen el kuchi-kuchi, que encarna a un chancho que intenta ensuciar con barro a quienes no están disfrazados, y el toro-toro, que, junto al jaguà-jaguà, luchan alegóricamente con las almas mascaradas.
Los tiempos del Arete Guasu
La música también desempeña un papel fundamental, marcando los tiempos del Arete Guasu.
Los músicos son personas con experiencia que dominan bien la cultura ancestral Guaraní. La orquesta está compuesta por varios instrumentos de percusión y una flauta principal, tocada por un miembro de la comunidad que goza de gran respeto.
El baile, predominantemente en círculo, representa la continuidad de los ciclos naturales y de la vida.
Un gran desafío para las comunidades
El Arete Guasu es una de las últimas manifestaciones culturales practicadas por los Guaraníes.
Las comunidades indígenas de la zona de Pedro P. Peña —llamadas San Augustin, Lagunita y Maria Auxiliadora — están atravesando un momento histórico de modernización.
En 2022 llegó el primer operador de telefonía móvil. Dentro de septiembre de 2024 se planea completar la conexión a la red eléctrica del país. Pronto, esta zona remota y de difícil acceso se convertirá en un cruce de la más grande obra vial del país, el Corredor Bioceánico, con el tramo de 250 kilómetros hoy conocido como Picada 500, que será pronto completamente asfaltado, conectando la frontera argentina en Pozo Hondo con la brasileña en Carmelo Peralta, sobre el río Paranà.
La integridad cultural de los Guaraníes, así como de las demás etnias indígenas de la zona, será puesta a prueba.
Únicamente con el acompañamiento tanto del Estado como de la sociedad civil se podrá favorecer a los pueblos originarios en conservar su patrimonio folklórico sin renunciar a la participación en la vida del moderno Paraguay.
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Matteo Fabi, nacido en Bari, Italia, en 1987, es un fotógrafo y escritor independiente. Se graduó con una licenciatura en Economía en 2012 y comenzó una breve carrera en logística y administración, antes de darse cuenta de que su futuro estaba lejos de casa, persiguiendo su pasión por contar historias. En 2013 se trasladó a Londres, donde asistió al curso GoFreelance en la London School of Journalism.
En 2015 viajó a Nepal para realizar una pasantía de 3 meses en fotoperiodismo con la organización sin fines de lucro VCD Nepal, durante la cual fue testigo de primera mano del catastrófico terremoto que sacudió todo el país el 25 de abril. A partir de esta experiencia surgiría, en 2016, su primer reportaje, «Gorkha: Un año después». Esta experiencia conduciría, un año más tarde, a la campaña basada en fotografías «Gorkha: Reconstruyendo el futuro», un esfuerzo que compartió con su hermano y compañero fotógrafo Enrico Fabi.
Después de su experiencia en el Reino Unido, dejó la bulliciosa vida de Londres y se trasladó a Australia. En 2018 viajó a Nueva Zelanda, donde produjo los reportajes sobre las costumbres maoríes «El camino del Haka» y «Whakairo». Después de esta experiencia, optaría por cumplir un sueño de toda la vida: vivir en América del Sur.
Desde que se mudó a Paraguay en 2020, emprendió varios proyectos relacionados con la vida de los pueblos indígenas en el país. Se unió al colectivo de fotógrafos «El Ojo Salvaje» en 2023 y exhibió su proyecto «Hugua Po’i» durante la VIII edición del «Festival de Fotografía EOS» promovido por la asociación. Es un colaborador asiduo de El Otro País.