En el distrito de Capiibary, departamento de San Pedro, la tierra se nutre de historias milenarias y de la incansable labor de sus habitantes, entre ellos productores campesinos y pueblos indígenas. En este distrito lejano, la yerba mate nativa, una planta de profunda significación cultural y ecológica, encuentra su refugio y renacimiento.
Desde hace más de una década, entre los años 2003 y 2014, los medios locales encendieron las alarmas sobre una amenaza silenciosa: el desafío de la conservación de la yerba mate nativa en vastos departamentos como San Pedro, Alto Paraná e Itapúa.
Los reportajes hablaban de la voraz deforestación que arrasaba con los yerbales para dar paso a interminables campos de soja, y del efecto devastador de los agroquímicos sobre esta planta emblemática.
El complejo contexto y la fuerza del cambio climático
Actualmente en Paraguay, la población indígena llega a unas 140.000 personas, según datos del Censo Nacional de Población y Viviendas para Pueblos Indígenas, 2022, realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas.
Los pueblos indígenas enfrentan diariamente una lucha titánica contra la ausencia de servicios públicos básicos, los desalojos forzados, la violencia, el despojo de sus tierras ancestrales, el implacable avance de los cultivos de soja y los efectos cada vez más palpables del cambio climático.
Ña Saturnina Vera, lideresa de la comunidad, contempla con preocupación cómo con el tiempo, las sequías se volvieron más prolongadas y las lluvias más tempestivas y destructivas.
“Antes, en nuestra localidad teníamos más árboles, más bosque, principalmente donde estábamos las comunidades indígenas. Ahora se secan todos nuestros cultivos o el fuego los consume. Porque los campos de soja nos rodean, entonces ya nada ataja el mal tiempo y el viento fuerte, por eso yo quiero en mi parcela arbustos de yerba mate, porque nos van a defender a nosotros y a nuestra familias. La yerba mate es nuestra vida. Consumimos y vendemos para tratar de defender muchas situaciones que tenemos en la comunidad”, refiere.
La comunidad de Ka’aty Miri San Francisco, en el distrito de Capiibary, ya sufrió los estragos del avance arrollador de los cultivos de soja y la deforestación, exponiéndose a las consecuencias del cambio climático. No obstante, un proyecto transformador emergió y devolvió esperanza a sus habitantes.
¿Cómo esta comunidad hace frente a los desafíos?
La comunidad indígena desde el año 2022 implementa sistemas agroforestales de regeneración de bosques con yerba mate y agrosilvicultura, a través de un proyecto llamado “Pobreza, Reforestación, Energía y Cambio Climático” (PROEZA).
Es la primera vez que la comunidad cultiva yerba mate utilizando plantines, ya que tradicionalmente cosechaban las plantas en estado silvestre.
“Antes, nuestros ancestros no sembraban, porque la yerba mate naturalmente tenía frutos. Ahora recién nosotros nos vemos obligados a sembrar, porque la gente ya no deja que las semillas se esparzan y vuelvan a brotar. Antes de que dé semilla, la gente ya usa de nuevo, porque emplea no sólo para consumo sino también para vender”, refiere Ariel Benítez.
Trabajo clave para la lucha contra el cambio climático
Las comunidades indígenas son actores clave para la mitigación y adaptación al cambio climático, pese a la vulnerabilidad medioambiental en sus entornos. A través de sus conocimientos tradicionales y los cuidados ancestrales suman esfuerzos para la preservación de los ecosistemas y la biodiversidad, refieren desde la FAO.
Los Pueblos Indígenas que forman parte del proyecto PROEZA son: Ava Guaraní, Mbya Guaraní, Aché y Paĩ Tavyterã, todos de la familia lingüística guaraní.
También ha nacido una red de Lideresas Indígenas, un espacio en el cual las voces ancestrales de las mujeres se encuentran y fortalecen. En este lugar, se cultiva la formación, la participación y el empoderamiento, para que ellas, con la fuerza de su herencia y la claridad de su visión, lideren el cambio en sus comunidades y en el proyecto que las une.
Mujeres rurales se organizan para apoyarse en comunidad
Gabriela Fernández, integrante de la comunidad indígena, comenta cómo han creado redes de apoyo entre mujeres, a través de reuniones constantes. Estos encuentros se realizan cada 8 o 15 días.
“Somos muchas mujeres las que nos reunimos en esa zona. La mayoría trabaja en la chacra, ese es principalmente nuestro trabajo. Nos esforzamos para que a nuestra familia no le falte nada. Vender un poco es lo que nos ayuda a sacarles adelante. Nuestro mayor esfuerzo está en que no tengan hambre”, agrega.
En ese contexto, Ña Saturnina acota que siempre se levantan juntas ante la adversidad.
En busca de la resiliencia climática
Iván Felipe León Ayala, representante de la FAO en Paraguay, manifiesta que el proyecto busca mejorar la resiliencia climática de familias en situación de pobreza y pobreza extrema mediante el aumento de la cobertura forestal en la región oriental con la implementación de modelos agroforestales.
Estos modelos se basan en la diversidad productiva, el trabajo familiar, el manejo de cultivos multiestrato y el reciclaje de nutrientes, integrando el ciclo del carbono. Además, promueven el diálogo de saberes, los circuitos cortos de comercialización y la valoración de semillas nativas y autóctonas.
Técnicas y recursos para que las comunidades sigan trabajando
Paola Martínez, coordinadora del proyecto PROEZA, indica que están proporcionando asistencia técnica agrícola y forestal, así como capacitaciones sobre negocios.
Los recursos proporcionados a las familias de esta comunidad tienen que ver con la preparación de suelo, la provisión de insumos necesarios, como plantines según el modelo seleccionado por la familia e incentivos económicos para las familias (pago de jornales), para promover su involucramiento en los cuidados del sistema agroforestal.
—¿Qué impactos positivos han observado?
Paola Martínez afirma que el proyecto es una solución a largo plazo. “Cuanto más tiempo transcurre, aumenta la capacidad de captura de carbono de los árboles plantados. El proyecto lleva dos años implementando modelos agroforestales, por lo que los impactos se verán gradualmente”, acota.
Cuenta que se está observando que las familias disponen de alimentos que cultivan, además del incremento en la cobertura forestal y una mayor eficiencia en el uso del espacio.
Las familias con modelos agroforestales se sienten partícipes en las restauraciones de ecosistemas dañados, principalmente por la deforestación, a través de sus parcelas forestales. Hasta la fecha, más de 1.120 familias participan del proyecto, con parcelas implementadas en sus fincas, alcanzando un total de 950 hectáreas plantadas.
Cabe señalar que este proyecto es llevado a cabo por varias instituciones del Gobierno Nacional, con el apoyo técnico de la FAO y la financiación del Fondo Verde para el Clima.
Los desafíos y el camino por recorrer
Para la comunidad de Ka’aty Miri San Francisco el principal desafío inicial fue lograr el consenso de todos sus integrantes para iniciar el proyecto.
Para los técnicos, el principal desafío está en la disponibilidad de parcelas para la plantación por parte de las familias participantes del programa Tekoporã, que en promedio se necesitan 0.8 hectáreas para la implementación de los modelos agroforestales y muchas familias no cuentan con la disponibilidad. Entretanto tanto, para la comunidad lo más difícil fue lograr el acuerdo de todos sus integrantes para avalar esta iniciativa en sus tierras ancestrales.
Finalmente, Ariel Benítez, como líder de su comunidad, pidió a todas las instituciones que se involucren en mejorar las condiciones para los pequeños productores, así como lo hace este proyecto.
Refirió que son muchas las preocupaciones del sector e instó a las instituciones del Estado a extender su ayuda a los hermanos campesinos, porque considera que con este método de trabajo en unos 10 a 20 años, se podrá ver mejor el fruto del trabajo y un verdadero cambio.
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Reportaje: Graciela Galeano Ovelar / Edición: Andrés Colmán Gutiérrez / Posproducción y redes: Desirée Esquivel Almada / Diseño: Ylda Rodríguez Miskinich
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