Guardianas de la naturaleza: un recorrido por la historia de mujeres que dedican su vida a la conservación del medioambiente 

En 2015, Rosita iniciaba su camino como guardaparques en el Parque Nacional Ybycuí, convencida de que el momento para el cual tanto se había preparado finalmente llegó. Mientras tanto, en Asunción, Tati cumplía su sueño de hacer una pasantía laboral en el corazón de la conservación ambiental. Unos años después en el Pueblo Guaraní, Ana potenciaba su activismo al fundar la Unión Juvenil de Indígenas del Paraguay.

Ellas abrieron un camino de inspiración en la conservación y el medioambiente. Cada uno de sus logros marcan un hito significativo no solo en sus vidas, sino también en la trayectoria de las mujeres en el ámbito de la protección ambiental. 

De admirar el cerro desde casa a liderar su protección

“Cuando era chica, desde mi casa veía el cerro del Parque Nacional Ybycuí. En realidad, yo no entendía muy bien qué era ser guardaparques. Tenía a mis vecinos que le veía llegar del Parque y veía su uniforme verde, que era raro”, cuenta sonriendo “Rosita”, como la mayoría la conoce. Agrega que hoy recibe a cientos de visitantes con un impecable uniforme verde y unas botas negras, que alguna vez tanto la intrigaron.

Rosita Benítez recibe a cientos de visitantes con un impecable uniforme verde y unas botas negras /
FOTO Analía López.

Rosita es oriunda de Ybycuí, y su curiosidad por el Parque Nacional la llevó a hacer voluntariado durante 10 años. “Como voluntaria, no podía adentrarme en los bosques y, por reglamento del Ministerio, no se permitía hacer patrullas. Entonces, me preparé y me gradué en Ciencias Ambientales, pero la oportunidad no llegó. Por un momento, me sentí triste porque no se daba la oportunidad”.

En 2015, se abrió una convocatoria para formar parte del plantel de guardaparques del Parque Nacional Ybycuí. “Esa era mi oportunidad. El compromiso era no fallar ni defraudar. Sentía que si yo fallaba, estaría sacando la oportunidad a muchas mujeres que vendrían después como guardaparques”, recuerda Rosita. Finalmente, tras un riguroso proceso, dio inicio oficial a su sueño de ser una guardiana de la naturaleza.

“Mi responsabilidad iba a ser cuidar de la biodiversidad que existe dentro del Parque Nacional. ¡Es impresionante! Y yo tenía que hacer eso ¡Imagínate! El compromiso que yo iba a asumir para que estén bien cuidados y protegidos por todos nosotros”.

El desafío de ser una mujer protectora

Uno de los principales desafíos que enfrentó fue la falta de confianza en su capacidad para realizar el trabajo siendo mujer. “Muchos no estaban convencidos de que una mujer pudiera hacer tanto. Recuerdo que uno de mis jefes no quería que acompañará las patrullas. Tuve que investigar la ruta que iban a seguir y esperar a escondidas para unirme a ellos. Luché mucho para ganar este espacio y ahora estoy aquí, como cualquier otro compañero guardaparque”.

Desde el 2018, Rosita se convirtió en la primera jefa de guardaparques del Parque Nacional Ybycuí. En ese entonces, tenía a su cargo cinco guardaparques para más de 5.000 hectáreas, implicaba todo un desafío. “Tenía miedo porque ya tenía que tomar decisiones. Había gente que me decía que no iba a aguantar un mes. Pero tuve el apoyo de mis superiores y eso es lo que me mantuvo fortalecida”.

Rosita se convirtió en una lideresa en su trabajo, a pesar de los desafíos que tuvo al principio por el simple hecho de ser mujer / FOTO Analía López.

Un programa de educación ambiental para niñas y niños

Hoy, lidera un equipo de 20 personas. Inspirada en su hijo lleva adelante proyectos de educación ambiental enfocado en niños. De esta manera, trabaja de cerca con la comunidad local.

La iniciativa se trata de Guardianes del Parque, el primer programa de educación ambiental en un área protegida pública del Paraguay. “Enseñamos a niños de 4 a 10 años como una estrategia medioambiental para que la información llegue más rápido a sus padres. Los niños son portadores de cosas buenas y llevan la información a sus casas y hoy la comunidad ya está teniendo más conciencia”, comenta. 

En 2021, lideró con valentía un incendio que duró 32 días en el Parque. Su liderazgo y coordinación con la comunidad y organizaciones fueron fundamentales para enfrentar y superar esta crisis. Esta situación demostró una vez más su compromiso y capacidad para guiar en momentos de gran dificultad.

“Tuvimos el apoyo de nuestras autoridades locales, de gente de la zona, de los voluntarios que vinieron a trabajar con nosotros. Fue muy duro porque el cuerpo humano ya no daba y nosotros teníamos que ser los últimos en retirarnos y los primeros en venir”, recuerda.  

Hoy caminando por los senderos del Parque Nacional Ybycuí se nota el compromiso con el que está siendo cuidado. “Había zonas muy peladas, que cuando mirábamos decíamos, esto jamás se va a volver a recuperar, y en menos de dos años volvió”, menciona Rosita.  

Una de sus principales motivaciones para realizar un trabajo intachable fue dejar un legado para que otras mujeres puedan seguir sus pasos / FOTO Analía López.

Promoviendo la conservación con vocación y entrega 

Steve Irwin, Jeff Corwin o David Attenborough son íconos para cualquier amante de la naturaleza porque lograron acercar la biodiversidad a personas de todo el mundo. Entre ellas, lograron inspirar a Tati, quien se convertiría en ingeniera ambiental unos años después.

“Creo que uno nace con una vocación. Desde chica, amo la naturaleza; mi actividad favorita era ver National Geographic o a Jeff Corwin, el cazador de cocodrilos, y me decía: ‘Cómo me gustaría algún día trabajar así, con la naturaleza’. Para mí, esto es un estilo de vida y quien trabaja con la naturaleza es apasionado”, reflexiona Tatiana Gallupi, actual ingeniera ambiental y promotora de la ciencia ciudadana.
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Tatiana Galluppi desde niña se sintió una vocación por proteger la naturaleza / FOTO Analía López.

La conservación ha sido un campo históricamente dominado por hombres. A pesar de esto, Tati se mantuvo firme en su vocación, perseverando hasta convertirse en una mujer que inspira, enseña y alienta a otras. 

“Mi mamá no trabajaba, y para mí, era un desafío demasiado grande tener que trabajar y estudiar al mismo tiempo. En la mitad de mi carrera, me preguntaron por qué no buscaba algo más fácil y que me diera más libertad”, recuerda. Incluso la vestimenta de campo era motivo de comentarios sobre su carrera ambiental. “No es moda, la naturaleza no me juzga. Uno tiene que estar cómodo y cuidarse, eso es lo importante”, les decía.

Además, escuchó muchos comentarios despectivos sobre su edad. “No es sólo una cuestión de ser hombre o mujer, sino también de la brecha generacional. Muchas veces me tocó escuchar: ‘Sos muy pendeja para opinar’. Sentía rabia porque estudiaba y me esforzaba, y cuando sos joven, te esforzás aún más para demostrar tu punto”.

La adversidad no la detuvo y siguió tomando iniciativa en distintos proyectos

Su amor hacia la naturaleza la llevó a impulsar proyectos innovadores y pioneros en Paraguay relacionados al aviturismo, como espacios de formación sobre observación de aves donde comenzó a promover la ciencia ciudadana con el uso de la tecnología. A través de una aplicación, las personas pueden registrar las aves observadas en una determinada zona del país. “Paraguay comenzó a tener un crecimiento exponencial, de tener un registro de 20 especies, pasamos a más de 200”, señala.

A través de su estudio y su persistencia pudo impulsar proyectos que fueron reconocidos por la ciudadanía / FOTO Analía López.

Además, trabajó en la difusión del Notiaves, una iniciativa que generó interés y aceptación de la ciudadanía. “Eran fichas de cada especie con información y fotos que se difundieron a través de las redes sociales. Yo estaba feliz porque por primera vez en Paraguay se hablaba de naturaleza”, comentó Tati. 

Con esta experiencia, demostró que para ser observador de la naturaleza no se necesita ser un investigador; basta con tener interés en el cuidado y la preservación del entorno natural, y el deseo de aprender. De todo esto se trata la ciencia ciudadana que, para Tati es clave para la conservación porque promueve la concientización.

“Hay casos donde la ciencia ciudadana ayudó a hacer censos de especies amenazadas”, señala. En Paraguay estamos en el proceso de sensibilizar y capacitar a la gente para que vean esta práctica como una colaboración valiosa para la generación de datos, y no como una competencia de registros, comenta. 

La importancia de cuidarse para poder cuidar

Su ritmo de trabajo la llevó a afrontar una etapa complicada, donde puso en riesgo su salud mental y física.

“Me interné y por orden médica, me prohibieron ir a campo. Esto es un estilo de vida pero, es tanta tu pasión, tu convicción, que le dedicás todo tu tiempo, tu amor, tu energía y te olvidas de cuidarte y eso con el tiempo desgasta”.  Para Tati la naturaleza es su mejor maestra de vida. “Si hay algo que aprendí en todo el camino de la conservación es que si uno no está bien de salud, no va a poder proteger lo demás”. 

Afrontar la crisis climática es un trabajo colaborativo, donde la educación ambiental y la ciencia ciudadana son clave.

Tati siente que cada vez hay más personas comprometidas, pero que debemos seguir enfocándonos en usar nuestros recursos de forma más eficiente para potenciar estos esfuerzos y continuar articulando.

«Que hoy haya jóvenes y mujeres en sitios estratégicos ayuda muchísimo. La nueva generación está tomando la posta, poco a poco, para impulsar el cambio que realmente necesita el país. Los que trabajamos en conservación somos la voz de la naturaleza, quienes podemos hablar en su nombre y tenemos la capacidad de ver los desafíos que enfrenta. Depende de nosotros actuar”. 

Entre la deforestación, la ganadería y la sequía sobrevive el Arete Guasu

El Arete Guasu es la festividad más importante del Pueblo Guaraní y se celebra en Boquerón, Chaco, donde ni el polvo logra opacar los trajes coloridos, ni el viento fuerte puede detener las danzas y los juegos de la comunidad. De este lugar proviene Ana Romero, activista por los derechos de los pueblos indígenas y defensora del medioambiente.

Ana Romero, activista por los derechos de los pueblos indígenas y defensora del medioambiente/ FOTO Analía López

A pesar de que su infancia estuvo marcada por la violencia, lo que más atesora son las visitas al rancho con sus abuelos, quienes la criaron en Mariscal Estigarribia.

“Teníamos una huerta. Toda mi infancia pasamos ahí, plantando maíz, zapallo, sandía, melón, poroto, prácticamente para autoconsumo. Antes, cuando la sequía no era tan fuerte, había mucho bosque y nuestros cauces retenían agua, todavía se podía”, cuenta Ana.

En su comunidad estudió tecnicatura en salud y fue militar, sin embargo lo que ella buscaba realmente era potenciar su cultura, su Arete Guasu, como le llama. Entonces, tomó la decisión de migrar a Asunción para estudiar.

El impulso de las organizaciones comunitarias

Inspirada por su tía Susana Pintos, fundadora de la Coordinadora Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (CONAMURI), Ana comenzó a militar en la organización hasta impulsar la Unión Juvenil de Indígenas del Paraguay en su comunidad. En este proceso, tuvo roces con altas autoridades, representando a los pueblos indígenas, a la juventud y a las mujeres en diversos foros. 

Ana muestra orgullosa elementos que hacen a su cultura / FOTO Analía López.

“Los eventos eran de negociación, de intercambio de propuestas y no simples discusiones. En ese sentido me llamó mucho la atención”, cuenta. Esto la llevó a graduarse de la carrera Relaciones Internacionales con su tesis sobre crisis climática y territorios indígenas. 

De Paraguay a Europa para dar a conocer sus hallazgos

Con este documento fue al Parlamento Europeo en el 2023, donde presentó sus hallazgos. Uno de los principales impactos del cambio climático en los territorios indígenas es la sequía, relacionada con la producción ganadera en Paraguay, que afecta desde la faena de la carne hasta el fin del proceso productivo, menciona Ana.

“Hay dos contextos. No estamos en contra de esa producción que aporta a la economía, pero hay que reducir esa brecha para que no afecte tanto a una población que netamente basa su vida, su cosmovisión, sus costumbres y su identidad en los territorios”.

Para Ana, en Paraguay se prioriza más al ganado que a las propias personas. La mayoría de las estancias en el Chaco están rodeadas por comunidades, o viceversa. “El ganado genera metano y a veces las estancias no controlan, cruzan y ya se contamina el territorio”, subraya.

El creciente impacto del cambio climático

Por otro lado, la deforestación para la plantación de soja va en aumento, provocando enfermedades en la piel o gripes continuas en las comunidades cercanas. Otra consecuencia, es la velocidad del viento norte que llega a destechar todas las casas y a levantar el polvo, dificultando la respiración en muchos casos.  

“A nosotros tres veces ya nos destechó. Los vientos son más fuertes y el polvo que levanta es impresionante, a veces cuesta respirar. Además, a 10 km de aquí hay una estancia que está plantando soja y hace fumigaciones con drones, pero con el viento, los químicos llegan hasta las comunidades”, comenta.

Cuando no tienen otra alternativa, las comunidades utilizan sus conocimientos ancestrales para su subsistencia, sin embargo esto no es sostenible para nadie, aclara Ana. “No puede uno simplemente contaminar y decir que nosotros tenemos luego nuestros conocimientos. Hay que hacer ese equilibrio de responsabilidad y ver otra forma que no afecte a la población”, dice. 

Ana, gracias a sus estudios, llegó hasta el Paramento Europeo a exponer la situación de su comunidad ant el cambio climático / FOTO Analía López.

Todo esto es lo que la motiva en su lucha, en el constante ida y vuelta de su comunidad hasta la Capital o pasar fronteras para visibilizar cómo sobreviven los pueblos indígenas en Paraguay y la urgencia de protegerlos. En su camino para fortalecer su identidad indígena y cultura, entendió la importancia de adaptarse, profesionalizarse, ocupar espacios y tener incidencia en la academia.

“Somos esa continuidad de lo que hicieron nuestros ancestros y grandes líderes, quienes lucharon por estar presentes en la Constitución Nacional, pero también somos esa continuidad de una doble resistencia, que es llevar en el hombro la cultura y la identidad pero, también estos nuevos tiempos. Tenemos que sostener dos mundos en nuestras manos. Uno para pensar en el presente que estamos viviendo y para que nuestro futuro sea todavía venidero”, reflexiona.

La conservación desde una perspectiva femenina

Rosita, Tati y Ana son solo algunas mujeres que ofrecen su vida a la conservación y buscan alternativas para promover el cuidado de la naturaleza, a la par que ejercen el rol de madres, líderes comunitarias o mentoras, convirtiéndose en agentes claves para la lucha contra el cambio climático.

“El mayor desafío en conservación es la sensibilización y las mujeres tenemos la capacidad de inspirar y de empoderar a las personas, a través de la educación ambiental. La mujer siempre tuvo que hacer un montón de tareas a la vez y la mayoría del trabajo de fuerza estaba enfocado en el hombre. Hoy en día, la tecnología o las máquinas nos facilitan ese trabajo de fuerza, pero la multitareas sigue siendo una necesidad enorme, uno tiene que saber hacer muchas cosas y las mujeres tenemos esa gran habilidad”, menciona Tati.

Por su parte, Rosita cuenta que sus hijos les han inspirado a creer profundamente en la importancia del contacto de los niños con la naturaleza y que es posible que convivan entre sí sin dañarse. “Creo que en manos de las mujeres tienen que quedar las áreas protegidas porque somos nosotras las que tenemos el don para admirar cualquier detalle, desde el más grande hasta el más pequeño. Somos capaces de educar con sensibilidad y tenemos el carisma para hablar con la gente”, comparte. 

Ana creció rodeada de lideresas. Hoy transmite esa misma energía, resiliencia y defensa del territorio y su cultura a su hija. “Las mujeres somos las que más estamos pendientes de todo. Al momento de cuidar el territorio tenemos que prever la alimentación, el cuidado, la medicina, la espiritualidad, entre otras cosas”. 

Estas mujeres, cada una desde su trinchera, demuestran que la conservación y la lucha contra el cambio climático, no es sólo una tarea, sino una misión de vida que se transmite de generación en generación. 

En un país donde las soluciones al cambio climático a menudo parecen complejas y lejanas, nos recuerdan que las respuestas pueden estar más cerca de lo que creemos, en las manos y corazones de quienes, contra todo pronóstico, se atreven a soñar pero, sobre todo, a actuar.

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