En los pasillos de la Universidad Nacional de Pilar, algo está cambiando. No se trata sólo de las lecciones impartidas en las aulas ni de los debates académicos. Es una transformación más profunda, casi imperceptible, pero poderosa. Un equipo de mujeres ha decidido enfrentarse al silencio que muchas veces rodea a la violencia y la discriminación de género. Desde el Observatorio de los Derechos de la Mujer y con la implementación del Protocolo Lila, están reescribiendo las reglas para garantizar que cada espacio dentro de la universidad sea seguro, justo y respetuoso.
La abogada María Alba Cámpias recuerda cómo todo comenzó como un proyecto de investigación. «El Observatorio de los Derechos de la Mujer surgió como una idea inicial, pero pronto nos dimos cuenta de que podía ser algo mucho más grande», comenta.
Así, lo que empezó como un esfuerzo aislado evolucionó en un programa integral que incluye líneas de investigación y acciones concretas.
El Protocolo Lila, aprobado por resolución del Consejo Superior Universitario en 2023, es el corazón de este esfuerzo. «Es un instrumento que establece medidas claras de atención y prevención de violencia basada en género dentro de la universidad», explica Cámpias.
El trabajo comenzó con consultas amplias que incluyeron a estudiantes, docentes y administrativos, asegurando que todas las voces fueran escuchadas en su diseño.
Los Núcleos Lilas: la primera línea de acción del protocolo
En su primer año, la implementación del protocolo priorizó la socialización del instrumento y la creación de Núcleos Lilas en cada facultad. Estas instancias locales actúan como puntos de contacto inicial para identificar y atender casos de violencia. «El núcleo en cada facultad articula prevención, atención y la transversalización de las acciones en programas académicos y de extensión», explica María Dolores Muñoz, trabajadora social.
En 2024, el equipo interdisciplinario ha comenzado a capacitar a estos núcleos a través de diplomados y talleres, asegurando que los mecanismos de atención y denuncia funcionen de manera eficiente y coordinada.
Hacia una universidad libre de violencia
Para Elida Duarte, trabajadora social y miembro del equipo, el protocolo tiene un impacto que trasciende las aulas. «Si las y los estudiantes internalizan la importancia de una sociedad libre de violencia, pueden incidir también en sus familias y comunidades», afirma.
Además, el trabajo del equipo ha ganado visibilidad a nivel nacional e internacional, sirviendo de modelo para otras instituciones. «Estamos logrando articular esfuerzos con organizaciones como la Red de Mujeres del Sur y Kuña Roga, fortaleciendo esta iniciativa», agrega Cámpias.
Un legado que trasciende fronteras
El Protocolo Lila además de ser un instrumento de atención; es un símbolo de cómo las instituciones educativas pueden liderar cambios profundos en la sociedad. «Queremos una universidad donde la dignidad y los derechos fundamentales de todas las personas sean respetados», concluye Duarte.
Con su implementación, la UNP demuestra que combatir la violencia de género si bien requiere leyes, también acción y compromiso colectivo.
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