Conservación y cultura: el camino sostenible del pueblo Aché para preservar su biodiversidad

Para el pueblo Aché, la biodiversidad es mucho más que un recurso natural: es la base de su cultura, identidad y subsistencia. Sin embargo, la deforestación y la expansión de cultivos ilegales amenazan la vida en el bosque, poniendo en riesgo prácticas ancestrales como la recolección de frutos silvestres y la producción artesanal. En la Reserva de Biósfera del Bosque Mbaracayú, comunidades indígenas buscan recuperar y proteger su entorno mediante estrategias sostenibles de bajo costo, basadas en el conocimiento tradicional y el manejo participativo del territorio.

La relación entre la biodiversidad del bosque y desarrollo sostenible de cultura, tradiciones y subsistencia, es un enfoque integrador que contempla varias actividades posibles, muchas de ellas ancestrales, para el bienestar humano en torno a las reservas de biósfera. Estas actividades sostenibles no requieren de tecnologías de alto costo y demuestran que la garantía de la vida humana es la conservación de ecosistemas y su biodiversidad. Un buen comienzo para planificar la sostenibilidad en los territorios es el mapeo participativo con enfoque de derechos y conservación.

Es el comienzo del siglo XXI, los 2000, Benito Chevúgui, un niño Aché, se prepara ansioso para emprender el viajecito al ka’aguy con sus vecinos, familiares y amigos. Van a buscar una de las mayores delicias para los Aché: las naranjas silvestres.

Cuesta arriba y entre risas, camina el grupo numeroso. Conocen el bosque y saben dónde encontrar el tesoro. Por el sendero, quizás también algunos guaviramí endulcen todavía más la actividad. Al llegar, un buen rato es dedicado a conversar, hacer bromas y reír (las risas parecen otro canto de pájaros) mientras se cargan decenas de naranjas silvestres en los Aichú (canastas tradicionales que usan las mujeres Aché sujetadas de la frente, para cargar kilos de frutas y otros alimentos). Si el camino es cuesta abajo, quienes no sepan equilibrarse harán sonar más risas amistosas. Las naranjas no son frutas, son un rito.

Para el 2024, Benito ya es un joven apasionado por conocer y conservar la biodiversidad y la cultura del territorio de su comunidad. Pero “la mecanizada” y las plantaciones ilegales de marihuana arrasan con los bosques que aseguran la perduración del patrimonio Aché y de otros pueblos indígenas. Ya no se sabe con certeza dónde quedan naranjas silvestres, es cada vez menos frecuente el rito de ir a buscarlas, así como muchos otros ritos posibles en la medida de la extensión de los bosques.

Benito Chevúgui, un joven que busca preservar la cultura de su comunidad Aché / Belén Galeano.

La escasez amenaza a distintas actividades humanas que conforman identidad e incluso salud física y mental. Al menos 30 tipos de artesanía Aché útiles para la vida diaria y para la comercialización dependen de la existencia de recursos naturales. Estos son caracoles, árboles, dientes de animales, distintos tipos de palmeras y plantas trepadoras de árboles en el bosque. También la soberanía alimentaria, que aseguraba el bienestar físico, posible gracias a los ritos de caza, pesca y recolección para la subsistencia, se ve amenazada.

“Imaginate, ahora tenemos que comer solo uno o dos tipos de carne, cada vez más arroz o fideo. Antes, se comía más semillas, frutas, distintos tipos de carne, porque había bosque”, señala Benito.

“Quienes más sienten esta pérdida son los ancianos, que estaban acostumbrados a, cuando estaban angustiados, ansiosos o tenían un malestar, ir al ka’aguy. Ahí pensaban, se tranquilizaban, comían pequeños frutos silvestres para reponerse. Hoy cuando un anciano está mal (en cama) lo único que pide es alguna fruta del ka’aguy para recuperarse”, cuenta.

El deseo de Benito y el de su comunidad es volver a hacer sustentable la vida en su territorio, y que este deseo sea respetado como derecho.

Los bosques aseguran la perduración del patrimonio Aché y de otros pueblos indígenas / Belén Galeano.

Entender una reserva de biósfera

Campos con distintos tonos de verde claro, gastados y regastados parecen el pelaje rapado de una enorme bestia en decadencia. Se extienden como una alfombra que parece interminable, antes de llegar a la lengua larga y roja que adentra a la Reserva Biósfera del Bosque Mbaracayú. Esa es la última mota oscura y espesa de Paraguay, en un rincón de Canindeyú, quizás el único territorio del país en el que todavía es normal escuchar pájaros campana entre julio y octubre.

La reserva alberga 93 especies de mamíferos (el 53% de las especies registradas en el país), 440 especies de aves (el 62% de las especies de aves registradas en Paraguay) y se estiman miles de especies de insectos. Su impacto extiende a su alrededor, conformando lo que la UNESCO declaró como Reserva Biósfera: “lugares de aprendizaje para el desarrollo sostenible” y territorios en los que miradas de distintas disciplinas de conocimiento, permiten entender y gestionar las interacciones de la vida humana con los Servicios Ecosistémicos (SE).

La Reserva Biósfera del Bosque Mbaracayú alberga una importante diversidad de especies / Belén Galeano.

Para entender qué son los SE, el biólogo Danilo Salas, explica que las áreas protegidas son de la gente y para la gente. Refiere que las personas reciben diversos beneficios (Servicios Ecosistémicos) de la existencia de las áreas protegidas. Por ejemplo, el beneficio de la recreación, del conocimiento de la naturaleza, la disponibilidad de recursos hídricos o mantenimiento de regímenes de lluvia o inundaciones en algunos lugares, la existencia de polinizadores (favorables para la agricultura comunitaria y familiar), o el poder contar con suelo y aire menos contaminado que en regiones que no cuentan o no protegen la disponibilidad de estos SE.

“En general, todas y cada una de las cosas que podemos recibir y percibir directamente como frutas, agua, o comida proveniente de la naturaleza, es lo que llamamos SE”, explica.

Así mismo, los beneficios son también intangibles de forma inmediata, como el mantenimiento de procesos que regulan los ecosistemas (como las cadenas a alimenticias o la dispersión de semillas) pero afectan profundamente al desarrollo de las actividades, redundan en una mejor calidad de vida para la gente. La pérdida de estos SE o su deterioro tiene impacto no sólo en el bienestar, también en los derechos humanos.

Biólogo Danilo Salas / Belén Galeano.

Vida, cultura y subsistencia gracias a la biodiversidad

“Este es un tema interesante que abarca la interconexión entre la naturaleza y el desarrollo humano”, asevera Danilo Salas.

Explica que la biodiversidad de un territorio influye significativamente en el desarrollo cultural de sus habitantes. Esto se manifiesta de varias formas. En primer lugar, el conocimiento ancestral nace a partir de la naturaleza. “Las comunidades han desarrollado un profundo conocimiento sobre su entorno natural, incluyendo usos medicinales de plantas, ornamentales , artesanales y alimenticias”, observa el biólogo.

Muchas prácticas culturales, tradiciones y costumbres están ligadas a la flora y fauna local. Por ejemplo, la pesca tradicional Aché, la costumbre mencionada de buscar frutos silvestres, las competencias de tiro con arcos elaborados con recursos del bosque o el uso de plantas en ceremonias. Así, los materiales naturales disponibles determinan el tipo de artesanía que se desarrolla. Esto incluye tejidos con fibras locales, tallas en maderas autóctonas, o tinturas naturales, todos estos de uso amplio y extendido en la mayoría de las comunidades indígenas. La artesanía representa identidad e ingresos económicos.

Por otra parte, el vocabulario y las expresiones lingüísticas también pueden reflejar la biodiversidad local. Puede ser con términos específicos para plantas, animales y fenómenos naturales propios de la región. La extinción de una lengua es la extinción de una cosmovisión. La pérdida de la biodiversidad puede implicar el desuso de palabras y nombres basados en la naturaleza. “Recordemos que los nombres de los niños Aché se relacionan con temas de fauna como parte de un ritual que aún algunos padres y abuelos mantienen con sus hijos”, subraya el biólogo.

Elementos culturales y religiosos útiles para perpetuar ritos e identidad dependientes de habitar territorios sostenibles/ Belén Galeano.

La sostenibilidad puede ser de bajo costo

“Mi nombre es Benito Urugi”, dice Benito. “Urugi es una gallina silvestre, y mi apellido es Chevugi (nombre Aché paterno) Fua’agi (nombre Aché materno)”.

Benito Chevúgi siempre tuvo la idea de contar sobre los lugares importantes en su comunidad, Chupapou. La misma está situada en la zona oeste de la reserva de biósfera del bosque Mbaracayú. Cree que esto puede ayudar a identificar los lugares más importantes para los ritos y costumbres Aché, y así administrar el uso de los recursos en esas zonas identificadas, asegurando la protección para la sostenibilidad en el territorio.

El término “territorios sostenibles” o ciudades inteligentes, muchas veces aluden en la mente a urbes configuradas mediante recursos de tecnología avanzada. La pregunta es: ¿estamos más lejos de esto o de entender los procesos ancestrales que ya hacían sustentables los territorios?

Lo fundamental de cualquier proceso de recuperación es el conocimiento, según Salas. El científico considera que “es factible el rescate y recuperación (de la sostenibilidad en los territorios), por lo que es clave iniciar estos procesos, que en algunos casos se pierden con la muerte de los ancianos o la migración de personas de la comunidad que son los guardianes de esos conocimientos. La tecnología seguro ayuda, facilita el contar con registros a futuro, o mejorar o modernizar técnicas, pero con el conocimiento y los recursos (de bajo costo) es posible hacer un proceso de rescate y resguardo de esas formas ancestrales de relacionamiento con el ecosistema”.

La importancia de los derechos territoriales

Las reservas de biosfera son designadas por los Gobiernos nacionales de los Estados en los que se sitúan. Cuentan con un núcleo (en este caso, el núcleo de la Reserva Natural del Bosque Mbaracayú). En ese contexto, tienen una zona de amortiguamiento en la que se desarrollan actividades directamente relacionadas con la conservación y el estudio de la biodiversidad.

Asimismo, cuentan con una zona de transición, donde se desarrollan actividades humanas económicas y socioculturales de manera armónica y sostenible con el ecosistema. Algunas de las actividades llevadas a cabo en la reserva de biosfera del Bosque Mbaracayú abarcan la recuperación de suelo, la protección de cauces hídricos, mejora de la infiltración del agua y una de las últimas actividades, mapeos participativos de territorios indígenas.

En la reserva de biósfera habitan 3 comunidades Aché y 36 Avá Guaraní. Son aproximadamente 5.500 personas que dependen de la biodiversidad en diversos grados dependiendo de la apropiación y el derecho que puedan ejercer en esos territorios.

Mapeo participativo con la comunidad / Belén Galeano.

“Tenemos que diferenciar las comunidades campesinas, que en general dependen coyunturalmente de la biodiversidad. Es decir, mas que depender, diría que se valen o usan la biodiversidad, dado el modelo “occidental”, de “aprovechamiento”. Complementariamente, en general, las comunidades indígenas, que en su mayoría están en un proceso de modelo “occidental”, tienen una relación más profunda, completa y hasta difícil de entender para el occidental, de ser uno con la naturaleza”, aclara Salas.

En 2024, este territorio se convirtió en escenario de actividades piloto pensadas desde la UNESCO. Se trata del «Mapeo participativo ambiental con enfoque de derechos de pueblos indígenas». Esto se realizó en dos comunidades Aché (Arroyo Bandera y Chupa Pou) y una comunidad Avá Guaraní (Mbói Jagua). Todas están situadas en la reserva de biósfera del Bosque Mbaracayú.

Serena Heckler es especialista en ciencias ecológicas y de la tierra de la UNESCO. En entrevista señaló que las conversaciones sobre la importancia de mejorar la implementación de derechos indígenas en las reservas biosferas de la región tuvieron un incremento importante en 2019. Esto se dio con una serie de diálogos interculturales entre organizaciones indígenas, regionales, gestores de Reservas de Biosfera, tanto indígenas como no indígenas.

Heckler contó sobre el proceso de selección del escenario: “Organizamos siete reuniones (con representantes de reservas de biósfera de distintos países) y armamos un plan de acción con ejes temáticos, en el que predominó la importancia de los derechos territoriales. Muchos de los socios plantearon que el mapeo participativo es clave para el empoderamiento y el ejercicio de derechos territoriales (entre ellos, el ejercicio de la conservación)”.

Serena Heckler, especialista en ciencias ecológicas y de la tierra de la UNESCO / Belén Galeano.

La especialista de la UNESCO mencionó que uno de los actores que participaron activamente en todos estos diálogos fue Paraguay.

Danilo Salas fue el representante de Paraguay en esas conversaciones. “Sin dudas (el mapeo) es un primer paso para muchas cosas. Para el posicionamiento de muchos de los miembros de las comunidades dentro de sus mismos entornos como actores relevantes, por el conocimiento que tienen o por las destrezas que poseen y aportan al bienestar de sus comunidades”, asegura.

“Del mismo modo, el rescate de conocimientos, que son puestos en escena y reconocidos. así como claramente, el derecho que tienen (los pueblos originarios) a conocer lo que poseen, ponerlo en valor y tomar sus propias decisiones sobre el uso de sus recursos”.

Así, fueron registrados de forma física y luego digital (mediante el Sistema de Información Geografica, GIS) los puntos más importantes en un territorio. Esto es tanto para la conservación, el desarrollo de actividades tradicionales y de instituciones en las que se planificarán actividades de educación de forma sostenible.

Delimitar territorios sostenibles

El proceso de mapeo ha facilitado el intercambio de información vital entre los miembros de las comunidades. En este marco, descubrieron y compartieron datos sobre recursos que son fundamentales para su cultura y subsistencia. Además remarcaron sitios de cultivo y de ceremonias tradicionales y dieron a conocer y visibilizar lugares del “ka’aguy” antes no identificados por todos.

Por su parte, los ancianos de las comunidades participan especialmente desde el diálogo, la aprobación de los procesos y aportando sus conocimientos ancestrales. Todo esto para ejercer el derecho de administrar sus territorios de manera sostenible.

El mapeo facilitó el intercambio de información vital entre los miembros de las comunidades / Belén Galeano.

“En general, podemos ver qué área está afectada. Yo vi mucho desmonte y ahora puedo identificar concretamente dónde está y de qué tipo: deforestación para rollotráfico, plantación ilegal o siembra mecanizada. Podemos identificar cómo era antes, cómo es ahora y cómo queremos que sea en el futuro” mencionó Benito. Además, considera que “Es una forma de tener visibilidad, porque si es invisible un lugar importante, no se puede valorar. Mapear es dar su lugar a alguien. Se mapea también la historia, la cultura, las leyendas que hay en un lugar”.

Benito es hijo de Bruno Chevugui, quien fue guardaparques del la Reserva Natural del Bosque Mbaracayú. En 2018, Chevugui padre fue abatido con armas de fuego. Esto vino de quienes no respetaron la importancia de la conservación de la biodiversidad en reservas de biósfera. Hoy, Chevugi hijo lleva con orgullo el compromiso de que cada mapa sea la delimitación de un territorio sostenible.

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