El Tapé Avirú no fue simplemente una ruta comercial o territorial: fue y sigue siendo un símbolo de espiritualidad y conexión intercultural. Esta red comunicaba el Atlántico brasileño con los Andes peruanos, atravesando territorios hoy pertenecientes a Brasil, Paraguay, Bolivia y Argentina.
Durante la época colonial, los jesuitas reconocieron la importancia de esta red y la utilizaron para establecer misiones y facilitar la evangelización en la región. El Tapé Avirú se convirtió así en un canal de intercambio cultural y religioso, donde se fusionaron tradiciones indígenas con influencias europeas.
Una red de caminos con alma guaraní
En la actualidad, el Tapé Avirú es objeto de estudios arqueológicos y etnográficos que buscan comprender su estructura y significado. Investigaciones recientes han revelado que algunos tramos del camino estaban marcados con petroglifos y otros símbolos que servían como guías o señales para los viajeros .
Un estudio particularmente interesante sobre el tema se encuentra en el libro “Peabiru”, del periodista y escritor brasileño Carlos Domínguez.
La revitalización del Tapé Avirú no solo implica la restauración física de sus senderos, sino también el reconocimiento y la valoración de la herencia cultural guaraní. Proyectos comunitarios y gubernamentales trabajan conjuntamente para preservar este legado, promoviendo el turismo sostenible y la educación intercultural en las regiones que atraviesa el antiguo camino.
El Tapé Avirú, con su rica historia y profundo significado espiritual, continúa siendo un símbolo de la identidad guaraní. Además representa un testimonio vivo de la conexión entre los pueblos indígenas y su territorio.
En diciembre de 2022, la Secretaría Nacional de Cultura de Paraguay reconoció oficialmente al Tapé Avirú como bien de valor patrimonial. De esta forma, abrió la puerta a nuevas investigaciones, iniciativas de turismo cultural y programas de conservación.
Itá Letra: El corazón arqueológico del Tapé Avirú
Uno de los puntos más enigmáticos y valiosos del Tapé Avirú es Itá Letra, un sitio arqueológico situado en la compañía Tororõ, en el departamento de Guairá, cerca de Villarrica. Este lugar, cuyo nombre significa “piedra escrita” en jopará guaraní, conserva petroglifos de entre 2.500 y 5.000 años de antigüedad, atribuidos a culturas pre-guaraníes.
Los grabados en las rocas – formas geométricas, espirales y figuras humanas estilizadas – constituyen uno de los registros más antiguos del pensamiento simbólico y la espiritualidad en el sur del continente. Por ello, la Secretaría Nacional de Turismo (Senatur) ha impulsado desde hace años gestiones para postular a Itá Letra como Patrimonio Mundial ante la UNESCO.
Senderismo y conservación en Tororõ
En 2018, se inauguró oficialmente el Sendero Tapé Avirú – Sección Akatî-Tororõ, una ruta de aproximadamente 3,5 kilómetros que conecta el cerro Akatî con el sitio arqueológico de Itá Letra. Esta iniciativa fue llevada a cabo por voluntarios de la Reserva de Recursos Manejados Ybytyruzú, la Municipalidad de Independencia, la Senatur, guardaparques y hasta miembros del Servicio de Defensa del Ambiente de las Fuerzas Armadas.
El sendero fue diseñado con la asesoría técnica de la ONG AlterVida y la Fundación Sendero de Chile, que aportó su experiencia para que la ruta sea accesible, segura y amigable con el entorno natural. Desde entonces, el lugar se ha convertido en un atractivo emergente para el turismo de naturaleza, la educación ambiental y el ecoturismo cultural.
A pesar de su importancia histórica y simbólica, Itá Letra enfrenta varios desafíos. El vandalismo, la falta de señalización adecuada y el difícil acceso durante épocas de lluvia amenazan su preservación. En 2023, se realizaron trabajos para mejorar la infraestructura vial, como la colocación de tubos de drenaje, pero aún queda mucho por hacer.
En paralelo, crece el interés comunitario por el rescate del sitio. Talleres, caminatas guiadas y actividades culturales se realizan periódicamente con el fin de generar conciencia sobre el valor del Tapé Avirú y de Itá Letra como puentes entre el pasado y el presente.
Un náufrago que cambió la historia
Alejo García, navegante portugués del siglo XVI, es reconocido como el primer europeo en internarse en el corazón del continente sudamericano, utilizando la ancestral red de caminos guaraníes conocida como Tapé Avirú.
En 1516, García participó en la expedición de Juan Díaz de Solís al Río de la Plata. Tras la trágica muerte de Solís, García y otros sobrevivientes quedaron varados en la isla de Santa Catarina, en la actual costa brasileña. Allí, García convivió con comunidades guaraníes, aprendiendo su lengua y costumbres.
En 1524, motivado por relatos indígenas sobre tierras ricas en metales preciosos al oeste, García emprendió una expedición hacia el interior del continente. Acompañado por un grupo de guaraníes, recorrió el Tapé Avirú, atravesando regiones que hoy corresponden a Paraguay y Bolivia.
Su ruta incluyó el cruce del río Paraná y la llegada a Paragua-y, área que más tarde se convertiría en Asunción. Posteriormente, navegó por el río Paraguay y se adentró en el Chaco, alcanzando las estribaciones andinas y llegando a la región de Potosí, conocida por sus ricos yacimientos de plata.
Más que historia: identidad viva
García regresó con noticias sobre las riquezas de los Andes, lo que despertó el interés de futuras expediciones europeas. Sin embargo, en su camino de regreso, fue asesinado por indígenas cerca del actual San Pedro del Ycuamandiyú. Su hijo mestizo sobrevivió y fue conocido por el historiador Ruy Díaz de Guzmán.
La travesía de Alejo García por el Tapé Avirú no solo marcó un hito en la exploración europea de Sudamérica, sino que también destaca la importancia de las rutas indígenas preexistentes en la configuración histórica del continente.
El Tapé Avirú no es una reliquia del pasado, sino una herencia viva. Es una oportunidad para reconectar con las raíces indígenas, redescubrir el territorio desde una mirada ancestral y promover el turismo sostenible e inclusivo.
Itá Letra, con sus piedras talladas por antiguos habitantes, emerge como uno de los puntos más potentes de esta narrativa. Es un llamado a proteger lo que nos une con la historia, con la tierra y con nosotros mismos.
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