Iturbe (Manorá), el pueblo donde nació la literatura de Augusto Roa Bastos

Visitar Iturbe (o Manorá) es meterse dentro de los cuentos y novelas de Augusto Roa Bastos. Los escenarios de las mágicas historias que vivió siendo niño y luego las reescribió, todavía están allí, esperando ser recreadas. Viajar hasta la aldea literaria incluye conocer al último de los carpincheros.
El Portón de los Sueños, en la ciudad de Iturbe, junto a la Estación del Ferrocarril. / ACG.

—Sí, los carpincheros del cuento todavía existen, pero casi ya no quedan carpinchos… —afirma Silvio Rodas, conocido como Piliki, también ex carpinchero, mientras nos conduce en su precaria canoa por las aguas del Tebikuarymi.

Parado y con el torso desnudo, impulsándose con un rústico pértigo, se parece a un personaje fugado del cuento Carpincheros, el primero del libro El trueno entre las hojas de Augusto Roa Bastos, publicado en 1953.

A 120 kilómetros de Asunción, Iturbe es un pueblo de calles polvorientas y antiguas casas dormidas desde que la industria azucarera, que le daba vida económica y social, también quedó paralizada.

Aunque nacido en Asunción, el 13 de junio de 1917, Augusto llegó aquí con 3 años de edad, en brazos de su madre Lucía Bastos. Su padre, Lucio Roa, ya llevaba un par de años trabajando en el ingenio azucarero y la familia habitó en una pequeña casa, sobre un barranco a orillas del río.

La casa original de los Roa ya no está. Solo quedó un desvencijado portón de madera que el escritor encontró en 1994, cuando regresó de visita a Iturbe, luego de casi medio siglo de ausencia. Él lo llamó «el portón de los sueños», que le permitía escapar desde allí a las aventuras infantiles para descubrir el mundo. Ese mismo portón se mantiene como monumento junto a la antigua estación del Ferrocarril, hoy convertida en museo y Casa de la Cultura.

Un pueblo entre la realidad y la ficción

Silvio Rodas, alias Piliki, es el último de los carpincheros en el Tebikuarymi. Al fondo se ve la Azucarera Iturbe. / ACG.

Gran parte de lo que el niño Augusto vivió en Iturbe aparece reflejado en varias escenas de sus cuentos y novelas.

«Su papá le prohibía salir, pero él se escapaba a las siestas y a las noches para vivir aventuras con sus amigos, los mita’i campesinos. Fue así como vio a los carpincheros pasar con sus canoas por el río, como describe en su cuento Carpincheros. Con los de su pandilla colocaban obstáculos en las vías del ferrocarril, como se lee en su cuento Pirulí, para que el tren se detenga y ellos puedan subir y viajar gratis», relata la ex maestra de literatura Reina Gallinar, en cuya casa se alojó Roa Bastos cuando regresó a Iturbe.

Aunque Roa no nació en Iturbe, su literatura si nació allí, afirma la docente. A los 13 años, Augusto escribió en ese lugar su primera obra, la pieza teatral La carcajada, junto con su mamá Lucía.

«Iturbe es para Roa Bastos su aldea literaria, a la que llama Manorá, al igual que Aracataca es Macondo para García Márquez. Mucho de lo que él vivió en este lugar aparece en su literatura y muchas cosas que hay en sus cuentos todavía se pueden hallar aquí», destaca la profesora Reina.

La casa de la administración, de la Azucarera Iturbe, en el lugar donde vivían los Roa Bastos. / ACG.

Las reliquias del supremo escritor

Un ajado pupitre de madera se guarda celosamente en el museo La Estación de Iturbe.

Un cartelito informa que se trata del mismo pupitre escolar en que se sentaba el niño Augusto, cuando cursaba los primeros grados en la Escuela Rigoberto Caballero, entre 1924 y 1926.

Después, Augusto se fue a seguir sus estudios en Asunción, pero regresaba en las vacaciones y así se puso de novio con Ana Lidia Tota Mascheroni, hija de una de las familias tradicionales de Iturbe, con quién se casó en 1942. La casona y el antiguo almacén de los Mascheroni se mantienen altivos, cerca de la Estación.

Piliki, el último de los carpincheros, nos lleva de paseo en su canoa, por las aguas del río Tebikuarymi.

Desde el lugar se ve la estructura de la Azucarera Iturbe, actualmente parada, y la casa de la Administración, en el mismo lugar donde se alzó la vivienda en que crecieron Augusto y sus hermanas.

En el lugar hay un banco de arena en forma de media luna, el mismo que describe Roa en varios de sus cuentos, especialmente en Carpincheros y El trueno entre las hojas.

«Yo he leído sus obras y está clarísimo que este es el lugar que él cuenta, donde vio pasar a los carpincheros en la noche de San Juan y un poco más allá estaba el lugar por donde pasaba la balsa, antes de que exista el puente. Es probablemente el lugar donde tenía su balsa ese líder sindical de los cañeros, que se quedó ciego y después se hizo balsero», dice Piliki, mientras sigue remando con el pértigo.

El antiguo pupitre en el que se sentó Roa Bastos en la escuela de Iturbe, entre 1924 y 1926. / ACG.

El portón de los sueños

Un desvencijado portón de madera es todo lo que resta de la casa de infancia de Augusto Roa Bastos, en Iturbe. La comunidad lo cuida como su más valiosa reliquia, junto al museo de la vieja Estación del Ferrocarril. El escritor y el portón tienen su propia historia.

«Los padres del niño Augusto Roa Bastos solían cerrar con un candado el portón de su casa, para que él no salga a vivir sus aventuras con los mita’i del pueblo, pero él se escapaba igual a la hora de la siesta, gracias a eso pudo experimentar todo lo que cuenta en sus mágicos relatos», recuerda Reina Gallinar.

La docente coordinó el Centro Cultural Comunitario en la antigua Estación del Ferrocarril, donde está la Biblioteca Augusto Roa Bastos, y en el patio, en medio del jardín, alumbrado por reflectores en horas de la noche, se encuentra la reliquia literaria más preciada: Un rústico y desvencijado portón de madera, reconstruido bajo un pequeño tinglado.

«Ese es el portón de los sueños de don Augusto, lo único que queda de lo que fue su casa de infancia, en su pueblo de Iturbe…», explica la profesora Reina.

En Iturbe se conserva la casa de Lildia Mascheroni, quien fue novia de juventud y luego esposa de Roa Bastos. / ACG.

El despertar al realismo mágico campesino

Augusto Roa Bastos nació en Asunción, pero cuando tenía apenas 2 años de edad, su mamá Lucía viajó con él en brazos al entonces remoto y aislado pueblo de Iturbe (que originalmente se llamó Santa Clara), donde su padre Lucio trabajaba como empleado del ingenio, que entonces se denominaba Azucarera Nacional.

Al futuro literato le tocó vivir «la experiencia de un chico de pequeña burguesía capitalina, que se traslada cuando no tiene todavía uso de razón, a un lugar en el que se estaba instalando un ingenio de azúcar: una región semisalvaje, en donde pasaban carpincheros, en donde había pequeñas compañías de unas cuantas familias, niños con enormes vientres, anquilostomiasis y todas las endemias habidas y por haber…», según le contaría años después al escritor Rubén Bareiro Saguier, en un libro sobre su vida y su obra.

Como empleado de la azucarera, a don Lucio le permitieron habitar una antigua casona dentro de los predios de la empresa, a unos 50 metros de las orillas del río Tebicuary-mí, junto a un recodo con playa de arena blanca, donde Roa imaginó varios de los cuentos de su posterior libro «El trueno entre las hojas».

La casona de los Roa Bastos estaba rodeada de un cerco de alambre y separada de la barranca del río por un pequeño portón de madera, pintado de color verde, al que el niño adoptó como su símbolo de transición hacia la libertad, hacia la realidad, hacia la aventura, hacia el mundo que poblaría su prolífica obra literaria.

«El portón marcaba una frontera prohibida. Un límite que no se podía traspasar y desde el cual no había retorno», describe en su novela Contravida.

Tras haber regresado al Paraguay de un largo exilio, luego de la caída de la dictadura en 1989, Augusto Roa Bastos pudo también retornar finalmente al pueblo de su infancia en el año 1994, luego de casi 54 años de haber estado ausente.

Fue un regreso en muchos sentidos, para terminar de escribir su novela Contravida, que es un viaje interior, en proceso deconstructivo de toda su producción literaria, como también para grabar escenas del documental que el cineasta Hugo Gamarra estaba realizando sobre la vida y obra del escritor.

«En aquel viaje, Roa Bastos encontró que la casa en la que vivió su infancia ya no existía, pero estaba aún el portón de madera en la entrada al terreno. Recuerdo que se emocionó mucho y cuando intentó abrir, se le quedaron pedazos en la mano, de tan vieja que estaba la madera. Tuvimos que armar de nuevo ese portoncito», recuerda la profesora Reina.

El portón fue el elemento simbólico que dio título a la película documental que el cineasta Hugo Gamarra filmó durante aquella visita, y que fue lanzada originalmente en formato VHS, en 1998.

«Aquel fue un regreso muy emotivo de Roa, de reencuentro con su pueblo Iturbe y con las raíces de su obra. Tuvimos el privilegio de poder documentar ese momento mágico», apunta Hugo.

El portón tuvo que ser desmontado y vuelto a armar en medio de un jardín, en el patio de la antigua Estación del Ferrocarril de Iturbe, donde actualmente funciona el Museo Maestro Ildefonso Franco, un ilustre docente iturbeño. La Municipalidad también le dio el nombre «Portón de los sueños» a una de las calles principales de la ciudad.

«Para Iturbe, Roa Bastos es el principal patrimonio cultural. Lástima que no se haya podido mantener en pie la casa en la que vivió con sus padres cuando era niño, pero quedó este portón, que lo cuidamos como nuestra mayor reliquia», destacó el entonces intendente de Iturbe, Darío Cabral.

El autor de «Yo el Supremo» lo describe así, con su voz que sobrevive, en los minutos iniciales de la película de Hugo Gamarra: «Un pequeño portón que no pertenece ni a la realidad, ni a la fantasía, ni a la naturaleza, ni al mundo secreto del hombre, porque ese portón está ahí desde el comienzo de los tiempos…».