Andrés Colmán Gutiérrez
CARTAS DESDE ATYRÁ
Así como el presidente norteamericano Donald Trump y la mayoría de los estadounidenses creen que solo ellos son América, ignorando que el resto del Continente se llama así… los asuncenos creen que solo ellos son el Paraguay.
Ese país comprimido y excesivamente centralizado, que cree habitar solo dentro de los 117 kilómetros cuadrados del municipio capitalino, se queda atrás cuando uno cruza la frontera de Calle Última (a la que todos siguen llamando así, por más que su nombre actual sea avenida Madame Lynch).
A partir de allí, como si cruzáramos un portal tridimensional, ingresamos a otro país, generalmente ignorado o menospreciado, al que despectivamente los asuncenos llaman “la campaña”.
El intencionado equívoco de hacer creer que Asunción es el Paraguay viene ya desde la época colonial, cuando los guaraní-hablantes que viajaban desde cualquier lugar de “la campaña” hasta la capital, decían “aháta Paraguaýpe” (me voy al Paraguay), siendo que, en realidad, lo que querían decir era “me voy a Asunción”.
De esta manera, debido a alguna oscura conspiración idiomática y geopolítica, se acabó otorgando sólo a la capital el verdadero nombre en guaraní que corresponde a todo el país.
[El nombre Paraguay se debe pronunciar originariamente Paragua’ỹ, con el “y”, la vocal nasal y gutural del guaraní, como cuando se dice “y” (agua), y no “paraguái”, como dirían los europeos, yanquis o porteños, a quienes les cuesta pronunciar nuestra “y” guaraní… pero hoy los propios paraguayos también decimos paraguái, cuando nos referimos a nuestro propio país. Lo mismo pasa con muchos otros lugares de denominación guaraní, como Tacuary convertida en Tacuarí o Paraguary convertida en Paraguarí]
Este deliberado error se sigue cometiendo en la actualidad.
La mayoría de los campesinos siguen diciendo “aháta Paraguaýpe”, cuando anuncian que viajan a Asunción.
La prueba más fehaciente de este equívoco colosal es que una de las primeras guaranias, —el género musical recientemente declarado por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad—, compuesta en 1929 por el maestro José Asunción Flores, con los versos del gran poeta Manuel Ortíz Guerrero, dedicada a la ciudad de Asunción, se llama “Paraguaýpe” (la traducción del nombre de esta guarania al español es “a Asunción” y no “al Paraguay”).
“Ajahe’óta pendeapytépe
narõtĩvéigui che vy’a’ỹ
ahypyimíta ko pyharépe
che resaýpe, Paraguaỹ.”
El centralismo excesivo
Algo que contribuye a potenciar esta usurpación del resto del país por parte de los asuncenos, es el hecho de que todo lo importante sigue estando muy centralizado en la capital: el poder político, el poder legislativo, el poder judicial, las instituciones estatales, los grandes centros económicos y financieros, los medios de comunicación, los espacios de decisión sobre la vida nacional (aunque —es justo reconocerlo— algo ha empezado a cambiar en los últimos años, por efectos de la globalización y la conexión digital).
En consecuencia, cualquier sector social que pretenda llamar la atención sobre algún reclamo, debe trasladarse con mucho esfuerzo hasta Asunción, porque en sus regiones nadie les hace el mínimo caso, como si fueran invisibles.
Para obtener algún impacto mediático, las movilizaciones campesinas o indígenas deben acudir a instalarse en las plazas o en las calles de la capital, provocando todo el caos posible, generando la consiguiente incomodidad de los pobladores, para que las autoridades se preocupen en brindarles algunas respuestas.
Del mismo modo, los canales de televisión o los periódicos que dicen ser “nacionales”, en realidad son asuncenos. Dedican la mayor parte de sus espacios o páginas a noticias generadas en la capital y solo una mínima parte al resto de la geografía, en secciones arbitrariamente llamadas “interior” o “país”.
Casi siempre, las pocas noticias de “la campaña” corresponden a crímenes violentos, a siniestros en rutas, a catástrofes climáticas, a situaciones pintorescas, con un toque deliberadamente sensacionalista, ignorando los muchos sucesos positivos, como si solamente los hechos morbosos tuviesen lugar en el resto del país. (Por fortuna, las radioemisoras locales y la prensa digital han ido construyendo un nuevo periodismo regional, que busca contrarrestar el centralismo comunicacional capitalino.)
Los asuncenos y las asuncenas —especialmente los jóvenes chetos—, tienen hasta una forma de hablar diferenciada, con el tono de quien tiene una papa caliente en la boca (“qué hacé, bolúo”, “qué onda, bro”, “surge la birra”, “na que eer”, “nos levantamos… eh, tipo las doce, en Samber”, “el asao del saado pasao”) y califican despectivamente a quien tiene “un acento valle”, es decir, a los campesinos o campesinas procedentes de “la campaña”, que hablan un castellano enrevesado, influenciado por el guaraní.
Un asunceno adoptivo
A pesar de todo, de los muchos baches de sus calles, de la basura acumulada en las veredas, de los edificios antiguos que se caen a pedazos y del tráfico caótico, Asunción sigue siendo una ciudad bella y encantadora. Asunción sigue siendo mágica, a pesar de Nenecho.
Es la urbe más antigua, la “madre de ciudades”, la que tiene más historia y leyenda, la que se encamina hacia su quinto centenario, con su clásico aroma de jazmines y azahares (que de alguna manera procura enmascarar el desagradable tufo que llega desde el vertedero de Cateura).
Lo reconozco. Yo fui uno de los muchos asuncenos adoptivos.
Nací en 1961, en un pequeño y encantador pueblo del departamento de Caaguazú, llamado Yhú. Crecí en la ardiente frontera seca con Brasil, en la apocalíptica Salto del Guairá. Me mudé a Asunción en 1979, al final de mi adolescencia, para estudiar periodismo en la Universidad Nacional e iniciar mi carrera profesional en el diario Última Hora, desde donde gran parte de mis crónicas y reportajes apuntaban justamente a narrar lo que sucedía en el vasto territorio nacional, pero inevitablemente mi tarea era también la de un capitalino reportando sobre el interior.
Asunción es la ciudad en la que pasé casi cincuenta años de mi vida, hasta que, en la pandemia de 2020, junto con mi esposa Desiré, decidimos elegir nuestro nuevo lugar en el mundo, al mudarnos a una cabaña de madera en una apacible comarca rural, entre los verdes cerros de Cordillera, en el distrito de Atyrá, capital ecológica, la ciudad más limpia del país.
Las señales del otro país
Desde aquí, al desarrollar nuestro nuevo emprendimiento Ñe’ẽ Raity – Espacio creativo y el medio periodístico digital El Otro País, se revitalizó nuestra perspectiva sobre el país que habita al otro lado de Calle Última.
Desde nuestra actual sede resulta mucho más fácil poder ver las cosas que no se ven desde Asunción: paisajes más limpios que preservan el medio ambiente, sitios turísticos o gastronómicos encantadores, emprendimientos que preservan la identidad y la memoria, gestiones políticas regionales que construyen democracia y participación ciudadana, creaciones artísticas que no tienen las mismas coberturas de prensa ni las oportunidades de apoyo funcional como en la capital.
Desde aquí compartimos la experiencia de una comunidad como la de Atyrá, en donde persisten las buenas prácticas en la recolección de residuos y la construcción de una cultura ciudadana con conciencia ecológica.
Desde aquí nos sorprendimos gratamente al descubrir a buenos elencos de teatro del interior, como el grupo Jakaira Expresión Alternativa, con sede en Itauguá, que lleva adelante valiosos emprendimientos, como la Muestra Nacional de Teatro Comunitario del Interior, o al grupo Mala Yunta PY de Piribebuy, con su director Hugo Cabrera, talentoso joven dramaturgo que desarrolla obras satíricas al estilo de las murgas uruguayas, trasladadas a un lenguaje bien paraguayo, ambas experiencias siguiendo la línea iniciada por el recordado gestor cultural Enrique Escobar.
En la ciudad de la piña, Valenzuela, encontramos a una comunidad que valora especialmente la lectura, promoviendo la creación de bibliotecas callejeras, con la entusiasta acción de la colega periodista y docente Verónica Vázquez, prosiguiendo la ejemplar cruzada cultural del escritor Aníbal Barreto Monzón.
En la ciudad de Eusebio Ayala, Barrero Grande, venimos trabajando desde hace tiempo con los dinámicos integrantes de la Asociación Cultural Jukyty, quienes con actividades como el Chipa Rape o el Mita Rape, han logrado reivindicar la memoria de los Niños Mártires de Acosta Ñu o valorizar la cultura gastronómica con la promoción del chipá, el pan sagrado de los guaraníes. Es un grupo de personas entre las que se destaca principalmente el trabajo del gestor cultural cordillerano Papu Almide.
En Isla Pucú admiramos especialmente el trabajo artístico del talentoso pintor, escultor y diseñador Diego Martín Diarte Añazco, quien sin necesidad de abandonar su pequeña y bucólica comunidad, ha logrado sobresalir por sus valiosas obras artísticas, como el gigantesco pesebre de objetos reciclados que se exhibe en cada Navidad o los cuadros que se muestran en diversos espacios de la ciudad.
Desde aquí hemos logrado conectar además con lindas experiencias de ciudades y pueblos de otras regiones, tejiendo una red de solidaridad e impulso creativo, que permiten ir construyendo un país mejor, más allá de la mediocridad de un gran sector de la clase política mayoritaria o la ambición autoritaria de muchas autoridades en estructuras del Estado.
En la localidad de Iturbe, Guairá, pudimos conocer a los activos integrantes del Centro Cultural Comunitario La Estación de Iturbe, que han revitalizado la vieja estación del ferrocarril, en donde alguna vez llegó desde Asunción en brazos de su madre un niño de apenas dos años de edad, llamado Augusto Roa Bastos, para crecer en ese pueblo y convertirlo en Manorá, el territorio de su mejor literatura. Fue allí donde nos sentamos a tomar Un café junto al Portón de los Sueños de Roa Bastos con la querida profesora Elsa Méndez Gómez.
En la icónica Itapé, también en Guairá, conocimos Tapyi Guavica, el hogar museo campesino del historiador y docente Antonio Ramón Barreto, y el importante trabajo educativo que realiza para preservar la memoria de su pueblo y extender la ruta Roa Bastos por escuelas y colegios, a quien ayudamos a editar el cómic «1678: Fundación de Ytapé. La verdadera historia«.
En la ciudad de Caazapá, nos sumamos a la importante labor de la gestora cultural Clara Zacarías Núñez, quien lleva adelante tareas de promoción de la lectura y fortalecimiento de la educación, ayudándola a instalar la Biblioteca Robin Wood, en el parque que lleva el nombre del gran escritor caazapeño.
En Ciudad del Este, Alto Paraná, valoramos mucho el valioso trabajo de la organización feminista Kuña Poty, que trabaja en la prevención de hechos de acoso y violencia contra las mujeres, en defender sus derechos y construir espacios de igualdad y mayor seguridad.
En Hernandarias, también en Alto Paraná, aplaudimos la modernización del Museo Takuru Pucú, valioso espacio que rescata la memoria de una historia dolorosa, la de los mensú de los yerbales. Uno de los lugares más simbólico donde llegamos a presentar Dos hombres junto al río, nuestra novela sobre Moisés Bertoni y Rafael Barrett.
En San Ignacio, Misiones, valoramos el trabajo de la gestora Margarita Ortíz Benítez y de la buena gente de La Barraca y Tañarandy, continuadores del importante legado del querido Koki Ruiz.
En Encarnación, Itapúa, nos ha llamado la atención la movida cultural comunitaria, a través de experiencias como el de la Academia Integral de Artes Rocemi y el Cine Teatro del Centro.
En la comunidad indígena Mbya Guaraní de Pindo, en San Cosme y Damián, Itapúa, nos llamó la atención el esfuerzo comunitario en artesanía, cultura y educación indígena, principalmente con el trabajo pionero de Brígido Bogado, primer periodista indígena con título universitario, además de ser también el primer poeta y escritor indígena en el país, fundador y primer docente de la escuela indígena de su comunidad, un activo colaborador de nuestro medio El Otro País.
En localidades del Chaco paraguayo hemos podido conocer de primera mano la experiencia de mujeres líderes indígenas Enxet en El Estribo, Irala Fernández, Presidente Hayes, y de mujeres líderes Manjui en Abizai, Mariscal Estigarribia, Boquerón, en lucha por el agua, la tierra, la defensa del medio ambiente y el derecho de las mujeres, como también hemos llegado hasta la lejana comunidad Nivaclé de Mistolar, Boquerón, para contar la historia de los hijos del Pilcomayo, en su reclamo de obtener mayor atención del Estado.
Muchas de estas historias las podemos contar al ser parte de Voces para la Acción Climática Justa (VAC), en donde compartimos con personas, organizaciones y grupos comunitarios que emprenden valiosas acciones solidarias.
Ni que decir de los lugares maravillosos de gastronomía o sitios turísticos del interior que acostumbramos celebrar, como Granja Kim o Serrano Café en Caacupé, El Viejo Rincón en Piribebuy, el parador Piringo en San Ignacio, , Pombero Róga en Atyrá, entre muchos otros.
Estas son solamente algunas de las muchas señales de todo lo que vive y palpita al otro lado de Calle Última.
Definitivamente, Asunción no es el Paraguay.
Sería bueno que los asuncenos y las asuncenas lo asuman, para salir un poco más al encuentro del otro país.
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(*) A propósito de esta nueva columna. Desde que me jubilé en el diario Última Hora en noviembre de 2021 y me despedí de la sección periodística de opinión que publiqué semanalmente durante cuatro décadas, me suelo encontrar con lectores y lectoras que dicen extrañar mis artículos y me piden retomar un espacio similar. Uno insiste en cumplir ciclos y en cerrar capítulos en la vida… pero a veces la vida se resiste. Así que, “a pedido del público”, inauguramos Cartas desde Atyrá, aquí en El Otro País. Será un espacio en lo posible semanal o quincenal, con textos personalizados, mezcla de crónicas, relatos, semblanzas, opinión y algo más. Un gran abrazo a lectores y lectoras de toda la vida y a quienes se vayan sumando en el camino. Hágannos llegar sus comentarios en las redes sociales y sigamos construyendo juntos esta linda comunidad.